martes, noviembre 13, 2012

EL CIRCO DEL SILENCIO (parte 1)

Ya sé que todavía pasarán muchos años
para que estos crustáceos
del asfalto 
y la mugre
se limpien la cabeza
se alejen de la envidia
no idolatren la saña
no adoren la impostura
y abandonen su costra
de opresión
de ceguera
de mezquindad
de bosta…
                                                 Oliverio Girondo


Entre los comentarios que suele hacer la gente común escuché buenas referencias acerca de un nuevo circo que se había instalado en el lecho seco del estero Marga-Marga, entre los puentes Libertad y Quillota, en la ciudad de Viña del Mar. Como en todos los veranos, la ciudad rebosaba de espectáculos  para  todos  los  gustos:  sol,  playas, mujeres  hermosas, hombres  musculosos, cuerpos bronceados, agitada vida nocturna, montajes teatrales, conciertos de música clásica, el festival de la canción, entre tantas otras cosas que se organizaban para entretener a los turistas que llegaban de todas partes, tanto nacionales como extranjeros. Había escuchado que dentro de ese circo se realizaban espectáculos de primer nivel internacional, con artistas reclutados en muchas partes del mundo, lo que garantizaba la variedad del show. Lo más salvaje de todo era que la entrada estaba al alcance de cualquier bolsillo, otra buena razón para asistir. Y vaya que
hacían falta espectáculos de calidad a precios razonables, dentro de lo mediocre que solían ser en su mayoría; sobre todo los circos.

Siempre he dicho que los espectáculos circenses son para el gozo de la gente del pueblo, de la dueña de casa; del obrero trabajador, de los niños. Son ellos los que siempre disfrutan con más ganas los números, los animadores azuzan al público de las graderías a aplaudir, los domadores asombran  con  más  facilidad  a  las  abuelitas  y  a  las  mujeres,  los  magos  son  idolatrados principalmente por los niños. Jamás un humorista o un payaso se atreverían a hacerle alguna broma a alguien que se encuentra en una platea o en un palco. Todo el mundo sabe que en un circo el popular goza y el acomodado se aburre. Afortunadamente este no era el caso; eran tantos los buenos comentarios oídos, tantas la referencias que decidí ir; en realidad no tenía ningún otro panorama mejor. Mi mujer andaba en el sur con nuestros dos hijos de vacaciones y yo por razones de trabajo debí quedarme en la región, así que a la hora de almuerzo envié a mi secretaria
a comprarme un boleto para la función de esa noche. Según ella, estaba repleto de gente que quería adquirir una entrada, tal como yo suponía, y por poco no regresa puntual a su puesto entre los papeles y balances de la gerencia. El día transcurrió rápido como automóvil de lujo en una carrera, por lo que ni cuenta me di cuando, a eso de las diez de la noche, estaba haciendo la fila junto a otros hombres, mujeres y niños ávidos de disfrutar del espectáculo. El tamaño de la fila me hacía suponer la calidad de la función “maravillosa” que estaba a punto de presenciar. Al observar más de cerca, mientras la fila se acortaba, me percaté que la apariencia de ese circo  no  estaba  a  la  altura  de  su  supuesto  nivel  internacional.  Me  acordé  entonces  de  los comentarios  que  había  oído:  “maravilloso”,  “espectacular”,  “nunca  antes  visto”, “desconcertante”, pero nada concreto acerca de la infraestructura y los números. La carpa era del tamaño de cualquier otra, parchada en algunos sectores, gastada por los años de uso. Las casas rodantes pequeñas, con los neumáticos desinflados y no eran más de tres. Las jaulas de los animales oxidadas e inmundas, sin ningún animal a la vista, las que permanecían en la parte de atrás de la carpa. Tal como se dice en forma vulgar, todo era “rasca” y “flaite”; un circo de población cualquiera, el más feo y picante del mundo. Sinceramente me esperaba un anfiteatro monumental  y  cuadras  enteras  repletas  del  equipamiento  del  circo,  con  un  juego  de  luces impresionante que se viera a varias manzanas de distancia. También tuve que soportar la típica música de fondo de los circos modernos, que ya no son las fanfarrias alegres que recuerdan todos los niños, si no que cumbias y reggaeton, que francamente odiaba con toda mi alma. Sin embargo reinaba un ambiente de cierto orden, extraño para un espectáculo circense; “el cansancio por el
trabajo” pensé. La fila se había acortado lo suficiente como para percatarme que era mi turno de entrar. Al momento de entregar mi boleto el joven de la caja, mirándome amablemente, me hizo la misma advertencia que a todos los que entraron anteriores a mí.
_ Nuestro show es de primerísimo nivel señor, pero ante todo los números que va a ver no debe aplaudir ni reír, si no que llorar y guardar silencio.
_ No entiendo  nada  flaquito;  vengo a disfrutar de un espectáculo  ¿Y  tengo que salir llorando de él?
_ Lo que sus ojos observarán no es motivo de risas si no de llanto. Si prefiere puede guardar silencio, pero para nuestros grandes artistas es un insulto escuchar la risa del público.
_ ¡Que idiotez! Circo rasca y picante. De seguro los números son tan malos que con esa advertencia se ponen el parche antes de la herida. ¡Si la carpa se les está cayendo a pedazos de vieja!
_ El circo es de primer nivel señor.
_  Mira  flaquito,  si  el  primer  número  no  me  sorprende  vendré  para  acá  y  exigiré  la devolución de mi dinero ¿O creen porque casi están regalando la entrada tienen derecho a darle una porquería de función a la gente? ¿Estamos?   “¡Por Jesucristo; siempre queriéndose aprovechar de todo!” pensé.
El tipo no me dijo nada. Estuve a punto de solicitarle que me devolviera el dinero ahí mismo. Ya me estaba desilusionando, pero la curiosidad pudo más y empecé a verle el lado positivo a esa situación tan absurda. ¿En que otro lugar los artistas se sienten vanagloriados por el llanto del público?, en ninguno supuse. Dicen que los artistas alimentan con dinero sus barrigas y con aplausos sus espíritus, “por eso andan muertos de hambre” rumié y sonreí burlándome. Me acomodé mi camisa marca zara, me rasqué una mejilla; me puse ansioso. Quería ver desde un primer plano que clase de show sería exactamente. Por más que echaba a andar el motor de mi imaginación esta no daba con nada que me hiciera afirmar que lo que cavilaba era correcto. Sólo me quedaba esperar.
El  jolgorio  se  inició  puntualmente  a  las  diez  y  cuarto.  Todo  partió  con  una  obertura verdaderamente “maravillosa”, con las luces del arco iris jugando entre ellas, entremezclándose dando forma a figuras y objetos tridimensionales que todo el mundo conoce. Lápices, cuadernos, ropa de moda, libros ajados, pinceles, tarros de pintura, cinceles, máscaras, caretas, martillos, instrumentos  musicales,  flores,  frutas,  verduras,  animales,  radios,  televisores,  celulares, computadoras, automóviles, barcos, entre otras figuras más. Luego las luces interpretaron cielos estrellados, casas de zinc y cholguan a punto de desmoronarse, edificios erosionados por el viento y la humedad, calles atestadas de basura,  imágenes de un puerto irisado de luces que parecían ser miles  de luciérnagas,  botes  y lanchas  surcando el  mar, cesantes  buscando trabajo,  ancianos abandonados, perros vagos,  borrachos, mendigos, prostitutas,  El Turri, la iglesia La Matriz ¡Ahí me di cuenta que las imágenes correspondían a ser de Valparaíso!  Todo el conjunto de colores
iba acompañado  de una música  extrañísima,  algo así como de  Jhon Cage, tan extraña  que irradiaba  confusión,  miedo  e  irrealidad;  lo  único  que  había  llamado  mi  atención  hasta  ese momento, nada que ver con las cumbias de afuera de la carpa. Gracias a la música empecé a mirar las cosas con un poco más de seriedad. “Bueno ya” pensé resignado y me acomodé a mis anchas sobre mi butaca, esperando no desencantarme de lo que vendría. Al instante de terminar la obertura toda la luz se extinguió y sólo el foco reflector quedó iluminando el centro de la pista, en una pausa dramática patán. De entre la cortina púrpura del telón asomó el animador, que al contacto de la luz dejó ver una figura fea, cubista, que parecía sacado de un cuadro de Picasso. Era la persona más fea que había visto en mi vida. “No entiendo como Dios puede permitir que lleguen al mundo especimenes tan horribles” me dije. Fue la segunda cosa que llamó mi atención
esa noche. Se trataba de un ente delgado hasta la anorexia y medio encorvado, con unos ojos hundidos ubicados en cualquier parte de la cara rodeados de un círculo morado, la nariz afilada con forma de triángulo y la tez pálida como perla de ostra. Su cabello era largo, como de muñeca vieja y sus manos huesudas y alargadas. Vestía con un frac negro elegantísimo pero percudido que daba admiración y portaba un micrófono en su mano izquierda. Reinaba un silencio ruidoso, que en un momento me asemejó estar mas en una misa que en un circo. El individuo recitaba con una voz reverberante y grave.
_ ¡A  nuestro  maravilloso  circo  sean  bienvenidos!_  exclamó  con  carraspera_  su noche esperamos que disfruten y silencio guarden ante los maravillosos números verán que. Gratificante el llanto por ustedes derramado será para nosotros. ¡Que el espectáculo comience!
Mis expectativas se estaban cumpliendo recién en ese momento gracias a un maestro de ceremonia, tan particular y carismático a su manera a pesar de lo horrible. Me acomodé en mi butaca más a gusto que antes y esperé la partida del show observando con devoción el centro de la pista oscurecida. Por entre las filas se movía una mujer elegante e inexpresiva, como si la hubiera pintado Paul Delvaux. Parecía sacada del Santiago de principios del siglo veinte. Llegó hasta mi lado, pulcra y ordenada, llevando una canasta tapada con un paño blanco amarillento; al parecer quería sentarse junto a mí. Quise hacerme el tonto volteando la mirada hacia otro lado,pero ella ya me había visto verla....


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