sábado, mayo 04, 2013

LICOR ANIMAL, PARTE CUATRO

¡No había nada! ¡Ni oro, ni joyas, ni lingotes! ¡Puta madre! ¡Ni una miserable moneda de oro! Sólo había polvo, esqueletos de animales y unas cuantas botellas de licor en una estantería ricamente decorada. La ira me consumió, la frustración se montó sobre mi espalda. ¿Cómo era posible? ¡Como! Mi desconcierto era total. Se me ocurrió que lo mejor sería arrancar la decoración del estante , que se veía que era de gran valor, y el resto de la mochila llenarla con otros objetos del barco como premio de consuelo por último. ¡No entendía como unas simples botellas de licor pudieran valer tanto como para sellar toda una bodega enorme con un candado semejante! ¡No lo podía concebir! Respiré, conté hasta diez. De a poco me fui calmando. Me aproximé a las botellas. Ante los rayos de mi linterna no se diferenciaban en nada de cualquier otra que se puede encontrar en una botillería rancia de barrio. Mismo tamaño, selladas con un corcho, sin etiquetas. La única diferencia eran los colores, habían botellas rojas y moradas, más diferencia que esa no puedo describir. Luego de que me embriagué con algo de parsimonia me percaté de que había pasado un detalle por alto, algo que era muy provechoso. Mi subconsciente así me lo dictaba, pero no lograba descifrar que era. Entonces recordé haber visto una noticia en la televisión acerca de un naufragio de varios siglos en donde encontraron botellas de champagne, no recuerdo en que país sucedió eso. La cosa es que hoy en día esas botellas de champagne valen miles de dólares. El recordar eso me reconfortó y me reí a todo pulmón, no me importó si alguien me oía o no, ya me daba lo mismo. Hace cientos de años las mismas botellas que yo tenía al alcance de la mano no valían nada, pero actualmente podría obtener millones si las vendía a alguna viña o coleccionista experto en la materia. ¡Igual sería rico! Me emocioné. Corrí a llenar mi mochila con las botellas, eran en total catorce, siete rojas y siete moradas, las que chinchineaban como la más dulce de las melodías prometiéndome fama y bolsillos llenos. El peso apenas me permitía andar, jadeaba como burro en el arado, transpiraba como caballo de bandido. En medio de la oscuridad ubiqué a Lucho que también tenía su mochila atiborrada de erarios.
_ ¿Tamos listos compare?_ me preguntó radiante.
_ Estamos.
Comenzamos a subir. En verdad con todo lo que llevábamos teníamos suficiente, además no queríamos levantar sospechas llevándonos todo lo que en el barco había. Si con todo lo saqueado tendríamos para movernos por mucho tiempo, y yo para poder realizar mis sueños. Verónica nos esperaba arriba. Durante el rato que estuvimos abajo no sucedió nada anormal, eso era muy bueno. Todo marchaba tranquilo, como una familia de patos en un lago.
Sacamos las cabezas a la complicidad de la noche. Verónica nos ayudó con las mochilas mientras Lucho y yo terminábamos de colocar nuestros pies en la superficie. No había mas tiempo que perder. No queríamos por nada del mundo que alguien se diera cuenta de lo sucedido, o que el nochero abriera los ojos. Lucho fue a buscar el camión estacionado a una cuadra de ahí. La espera se nos hizo eterna con Verónica, por suerte apareció unos minutos después. Como mulas cargamos una de las mochilas sobre el camión, nos relajamos un poco. Nos dimos por vencedores ¡Al fin ganadores!. Nos sorprendía que todo haya salido perfecto, sin ningún tipo de problemas. Nunca es así en la realidad. A veces se quema el pan en la puerta del horno, Y yo de eso si que sabía. El triunfo y la gloria terminaron de golpe cuando dos luces paralelas a la distancia dejaban al descubierto nuestra criminalidad, justa a mi juicio (por lo que me hicieron los de bienes nacionales), pero criminalidad al fin y al cabo. Era una patrulla de carabineros.
_ ¡Lucho huevón! ¡rápido! ¡Mete chala!
_ ¡Si, calmao compare! Nos vamos de un tirón.
_ Jerónimo ¡Se nos queda una mochila!_ me gritó Verónica con la puerta del camión aún abierta.
_ ¡No hay tiempo! Vámonos nomás.
Y nos fuimos. Atravesamos como una lechuza las vacías avenidas porteñas y como una lechuza volamos rumbo a Playa Ancha. Como gatos asustados llegamos hasta la casa de Lucho y como coyotes escondimos en su casa la única mochila que nos había quedado. Nos quedamos mirando, aún reponiéndonos del susto y reduciendo las revoluciones de nuestros corazones. Había desazón y abatimiento en nuestras almas. A pesar de todo el esfuerzo...¡El robo había sido un fracaso!


Tocando Musica ,

No hay comentarios.: