viernes, noviembre 16, 2012

CIRCO DE SILENCIO (Partes 4, 5, 6 y final)


La afgano se miraba complacida. Le encantaba la suavidad y el tono rubio de su pelaje, y la esbeltez de sus extremidades.
_ A mí me gusta más así como estoy. No tengo problemas en permanecer así. En efecto. Si como humana no era muy agraciada físicamente que digamos.
_ ¿Ven que continúan siendo humanos? Y ahora se los voy a demostrar. Los ayudantes del circo llevaron hasta la pista otra jaula, más grande que la anterior, repleta con otras personas. Se vislumbraban a la lejanía obreros, dueñas de casa, pequeños empresarios, estudiantes, vagabundos, vendedores callejeros ¡Hasta la vieja de las sopaipillas que me abofeteó! Todos se veían intranquilos y expectantes a lo que iba a suceder, yo en sus lugares ya me hubiese desmayado. ¿Qué clase de show se estaba por ejecutar? Mierda; no podía imaginármelo. El caracol se aproximó hasta ellos y volvió a repetir su conjuro mágico. Todo ocurrió de nuevo, las luces, el vuelo, la magia desatada. Y dentro de la jaula con personas ya no había personas, si no que ratones, gallinas, otros perros, gatos y palomas ¡Por Dios! A pesar de ser animales conservaban la misma cara de intranquilidad de antes de la transformación. ¡Y hablaban también! Pedían al caracol cerrar la reja, para evitar que los perros los atacasen. También trajeron un espejo de cuerpo entero, que la afgano no dudó en apoderarse de él.
_ ¡Por favor!_ chillaban los animales, o las personas dentro de la jaula. A esa altura ya no sabía que eran_ no nos hagan daño. Nosotros no hemos hecho nada malo.
Mejor se hubieran quedado callados. El rotweiller y el chihuahua se acercaron al paso de un guepardo hasta la jaula al percatarse de las voces de los animales.
_ Es la cadena alimenticia_ les ladró el chihuahua_ ustedes son las víctimas y nosotros los depredadores. Siempre ha sido así, ¡No se hagan los que no saben!
_ ¡Pero tenemos derecho a vivir! Al igual que usted señor.
Los pequeños seres se apretujaban en el fondo de su jaula buscando una infructuosa protección. El caracol no había cerrado la verja.
_ En realidad yo sólo se que tengo hambre_ dijo muy sincero el rotweiller_ no tengo nada contra ustedes.
_ ¡Vamos amigo!_ azuzó el chihuahua_ ¡La cena está servida!
El rotweiller se abalanzó sobre el montón de animalitos desprotegidos destrozándolos con sus fauces formidables. Atrás de él iba el chihuahua, ladrando a descuello para meter ruido y confusión a los animales amilanados y aprovechaba de sacar su ración a expensas de su compañero más poderoso. Por otro lado, el perro callejero y la afgano permanecían ajenos a la escena que ocurría en el centro de la pista ¡La horrible y macabra escena! Uno corría y movía la cola por entre el público que ignoraba el jugueteo del quiltro dando vuelta la vista a otra parte sollozando, y la otra permanecía inmóvil adorando su reflejo en el espejo. Sólo cuando el rotweiller y el chihuahua saciaron su voracidad la afgano se acercó a comer de los restos de la masacre. Al quiltro se lo dejó comer al final, una vez que los otros perros hubieran terminado de comer primero.
En serio estaba estupefacto. Estuve un buen momento paralizado ante la crueldad animal y la matanza que mis ojos habían visto, pero otra vez la explicación de la magia y el ilusionismo me tranquilizaron y volví a sonreír. Estaba todo muy claro ¿Para que era necesario llenar la pista de luces confusas durante las transformaciones? Obvio: para tener tiempo de sacar a las personas y reemplazarlas por animales. Y si en verdad eran animales y no personas ¿Cómo era posible que hablaran? Pues claro: el caracol aparte de ilusionista y mago era también ventrílocuo ¡En un solo instante había comprendido la naturaleza del truco! Si hasta podía ver ahora las cuerdas que sujetaban al mago vestido de caracol cuando levitaba por los aires. ¡Que truco más fácil de descubrir! Eso sí; tenía que admitir lo bien hecho que estaba. Me sorprendía mucho que el senador Arismendi se prestara para un acto así. Pero bueno, si ya estaba claro que todo era mentira, desde la transformación hasta la masacre, pero no por eso menos impresionante. Me felicité a mi mismo el haber enviado a mi secretaria a comprar ese boleto bendito. El circo era genial, distinto, virtuoso ¡Lo estaba pasando salvaje, macanudo!
A una señal del caracol entraron los ayudantes y se llevaron las jaulas teñidas de sangre. Por otro lado, los cuatro perros fueron amarrados y conducidos tras el telón, con el hocico, patas y cara manchados de linfa coagulada, y jadeantes por el fervor de la adrenalina liberada durante la matanza. Eso confirmaba mi teoría, jamás fueron devueltos a su estado humano delante del público, por lo mismo eran perros comunes y corrientes.
_ ¿Se dan cuenta de la calidad de mi número?_ se jactaba el caracol magnífico que para mí gusto era el mejor mago de todos los tiempos_ ¿Se dan cuenta que la esencia del espíritu jamás se pierde a pesar de la forma?
Tras decir aquellas palabras todos, pero todos se entregaron a un llanto desconsolado e indescriptible, más que el de todos los números anteriores. Una pena como el hielo recorría cada una de sus venas y las lágrimas de sus ojos parecían multiplicarse ¡No podían parar de llorar! ¡No podían! ¿Por qué no podían parar de llorar? Unos ni siquiera daban la cara a la pista, volteando la mirada o tapándosela con las manos. Yo por mi parte lo había pasado sensacional y tuve que taparme la boca con las manos para no deshacerme en risas y aplausos. Eso me tenía desconcertado: el no poder expresar mi satisfacción. El caracol no dio tiempo para que el llanto generalizado terminase y se alejó, dando paso al siguiente número. La gente aún no acababa de gimotear cuando el maestro de ceremonia se paró en medio de la pista y anunció la llegada de los siguientes artistas.
_ ¡Payasos no podrán ver mejores que estos! Bollito, chocolatito, pancito y gomita saluden ustedes con su silencio mejor. En verdad ya me había acostumbrado a quedarme callado ante el anuncio de un nuevo acto.
De seguro terminaría mudo al terminar la función.
Entraron unos payasos acompañados de la marcha fúnebre de Chopin. Nadie emitía un solosonido, y los payasos, a pesar de esa música deprimente, entraron lanzando globos, serpentinas,papeles de colores y cuanta cosa regalan los payasos al iniciar un show. Tampoco faltaron las piruetas ni las acrobacias. La única diferencia con los payasos comunes eran sus trajes, que en nada tenían que ver con los que uno está acostumbrado a ver. Uno vestía como un juez, portaba un martillo en su mano y usaba peluquín, como los jueces de la corte de La Haya. Otro vestía como ejecutivo o abogado, a juzgar por el maletín que portaba, reventando de papeles. El tercero vestía como Médico o científico y el último hombre estaba vestido como un hombre común y corriente, como quien anda de vacaciones en la playa. De inmediato cada uno tomó sus respectivas funciones. Todos hablaban con la voz fuerte y chillona típica de los payasos.
_ ¡Muy bien!_ decía el vestido de juez_ veo que aquí tenemos un claro ejemplo de falta de humanidad y buenos modales.
El que vestía de hombre común permanecía sentado en una silla, ajeno a lo que hablaba el Juez al parecer.
_ Es necesario hacerle más exámenes_ añadió el payaso vestido de doctor_ lo que no sé si alguien podrá pagar mis honorarios por el tratamiento de este sujeto. Se ve que este hombre es pobre como las ratas y necesito cambiar mi automóvil por uno del año. Como todos los años en realidad.
Toda la mirada del público estaba posada en el payaso de la silla, el cual tenía la vista perdida en los trapecios de las alturas, como si no los estuviera enfocando.
_ Lo de los honorarios podemos arreglarlo una vez que el juicio haya concluido. Pienso sacarles a todos una fuerte suma por la demanda entablada. ¡Sigo insistiendo que la acusación no tiene fundamentos constitucionales!
_ ¿Cómo que no los tiene?_ replicó el juez_ este sujeto_ y miraba con desdén al payaso de la silla_ no tiene obediencia ni buenos modales. Se ha tratado de enrielarlo pero ha sido imposible ¡El tipo es un animal!
_ ¡¿Es un animal o no respetable público?!
Nadie del público respondió a la pregunta del payaso vestido de juez. Luego sonó una música estúpida, algo así como lo que escuchaba a veces mi hijo menor; Samla Mammas Manna creo que se llaman esos imbéciles. Los payasos corrieron, saltaron y corearon la música por toda la pista lanzando más globos y más papelitos. Después volvieron a sus puestos a seguir con la discusión.
_ Haber. ¿Y como han tratado enrielarlo?_ preguntó el abogado
_ Pues se le ha puesto en una escuela para animales, para que aprenda a esperar su turno para comer, a defecar en un sitio especial para él, a que sea humilde ante los llamados de atención, a que no se oculte ni esconda la mirada ante los requerimientos de sus amos. Que no muerda la mano de quien le da de comer, que no menee la cola para obtener favores, que sea alegre y juguetón con los niños, que sea leal con los de su especie y que deje de andar pidiendo si ya se encuentra satisfecho.
_ Su ceguera de nacimiento y su sordera es su mayor problema. Llevo seis meses interviniendo su cerebro para buscar la solución a su total falta de visión_ agregó el doctor_ pero su cerebro no responde a ningún estímulo conocido, ¡Ni siquiera a la corriente eléctrica! Además sospecho que padece de ciertas anomalías en todos sus otros sentidos pues ve, oye y siente lo que le conviene solamente. Responde con estupideces a lo que se le pregunta y nunca cierra la boca cuando se le pide silencio.
La luz principal enfocó al payaso sentado en la silla y desde la distancia se podía notar una horrible cicatriz que le recorría la frente de sien a sien. Un chorro de agua helada corrió por mi espalda.
_ Si me permiten demostraré que mi representado no es ningún animal ni ningún tonto_ afirmó el abogado_ leeré su currículo: alumno de un liceo municipal del país y mejor alumno de su generación, puntaje nacional al entrar a la universidad, se licenció de ingeniero comercial y comenzó a trabajar en el congreso, en la parte de finanzas. Fue a realizar un magíster en Inglaterra y un Doctorado en Alemania. Se casó con una mujer hermosa por el civil y por la iglesia recibida de cardióloga y tiene dos hijos, uno deportista y el otro vago de profesión, un hijito de papá como se dice en lenguaje coloquial. Aficionado a la buena mesa y a los viajes, a recorrido gran parte del mundo viajando con su familia. Vive en Reñaca en un condominio exclusivo y posee varias propiedades en Pucón y en Zapallar. Cambia todos los años su automóvil y el de su señora por un modelo del año y van todos los fines de semana al casino de Viña del Mar a botar el stress de la semana jugando varios miles de pesos o bien se arrancan a su casa de veraneo en Caburga. Es miembro honorario de...
_ ¿Y de qué le ha servido todo eso?_ lo interrumpió el juez_ si nunca ha sido capaz de observar con el corazón ni de sacar sus pies si hay alguien bajo ellos. No obedece, su espíritu se encuentra en la miseria. ¡El tipo es un animal! Y los animales sólo entienden a golpes. Me quedé pensando en el currículo del payaso de la silla. Era exactamente igual al mío. Era como si estuvieran leyendo mi propia vida.
_ ¿Qué no ha oído el currículo de mi cliente? Le demostraré que no es ningún animal haciéndole un par de preguntas.
El abogado y el doctor se aproximaron hasta el individuo de la silla, que permanecía tranquilo a lo que acaecía a su alrededor. El abogado se colocó frente a él y comenzó a formular sus preguntas.
_ Don nadie_ le dijo_ ¿Podría recitarme algún verso de Arthur Rimbaud?
Comenzó a sonar otra vez la misma música estúpida de antes. El payaso se rascó la barbilla, luego alegó que no se sabía ninguno. El doctor se puso al lado del payaso y le dio unas palmadas en la cabeza.
_ No decía yo. Si este es un bruto ¡Un bruto!
A decir verdad yo tampoco me sabía ninguno, nunca había leído nada de Rimbaud. Me sentí un ignorante, un tonto como decían. El abogado tragó saliva no dándose por vencido.
_ Quizás no le acomode la poesía_ dijo excusándolo_ probemos con el sentido común.
El payaso de la silla seguía despreocupado de la discusión de los otros tres. Miraba al público como si se tratara de la situación más normal del mundo. Otra vez la maldita música, los saltos, las acrobacias. No entendía por que interrumpían la discusión para saltar y reírse como pánfilos. Bueno, antes que nada eran payasos, casi lo olvidaba. Luego de brincar unos segundos volvían a sus posiciones en la discusión.
_ Haber Don nadie. ¿Usted que opina acerca de la desigualdades sociales actuales?
_ Bueno, se que en la curva de oferta y demanda se puede especificar el precio de algún producto o bien a través de un diferencial. El precio es muy importante, pues existen zonas en la gráfica donde se...
¡Quien diría que ese payaso tenía conocimientos de teoría económica!
_ No hacen falta más preguntas abogado. Este tipo es un idiota, no entiende nada de nada, nada de lo que realmente se debe saber ¡Hay que castigarlo como el animal que es!_ sentenció el juez.
_ Ni la medicina tiene la cura contra la estupidez.
El abogado dio el caso por perdido. Agacho la cabeza en señal de derrota y metió las manos dentro de los bolsillos de su pantalón. Entonces volvió a alzar la voz hacia el payaso de la silla.
_ No me ayudaste en nada en el juicio. Yo hice todo lo posible, así que de todas formas debes pagarme por haberte defendido.
El payaso de la silla lo miró fijamente. Luego metió la mano dentro del bolsillo de su pantalón, y le entregó un cheque enorme por cien millones de pesos.
_ ¡Cien millones de pesos! ¿Crees que con cien millones voy a darle de comer a mi alma? ¡Sinvergüenza! Hay que castigarlo por sinvergüenza.
_ ¡Y por bruto!
_ ¡Y por Animal!
Entre los tres tomaron al payaso y lo amarraron a uno de los soportes de la carpa del circo. El pobre hombre no opuso ninguna resistencia. El público ahora ¡Sonreía! ¡Increíble!. Yo sin embargo lloraba ¿Acaso me estaba volviendo demasiado sensible?
_ Como pueden darse cuenta_ hablaba el juez hacia todo el público_ aquí tenemos un animal de tomo y lomo. No conoce nada de la vida, todo lo resuelve con dinero, con mentiras, haciéndose el desentendido, mirando hacia otro lado. Cree que todo en el mundo consiste en buscar la forma de elevar los ingresos, en sacar el máximo provecho de todo, incluso pisoteando al más desvalido. Es experto en hacer arreglos por debajo, en pagar coimas, en golpearse el pecho pidiendo perdón por sus pecados. No es aporte para la sociedad ni para el universo. Quizás podamos enderezarlo dándole una buena paliza. Si no, hay que eliminarlo.
_ ¡Traigan los látigos!_ ordenó el abogado.
En el acto llegaron unos ayudantes con tres látigos bruñidos y terribles, uno para el juez, otro para el doctor y otro para el abogado. Los tres alzaron sus brazos dejando que las luces centellearan en el mango de sus armas y comenzaron a azotar despiadadamente al payaso amarrado al soporte. El payaso no se quejaba, no lloraba, y nadie de los espectadores articulaba palabra ante aquel vejamen cruel ¡Todos guardaban silencio! ¡Y sonreían! ¿Por qué no podía reclamar en contra de tanto acto grotesco y monstruoso?
Comencé a desesperarme. Mi humanidad entera no podía seguir soportando un show tan cruel como el que se estaba exhibiendo. Tenía mis puños apretados, mis dientes rechinando, mis cabellos erizados, mi vista fija hacia el frente y temblaba de ira e impotencia. ¡Quería gritar! ¡Quería decirles que se detuvieran! ¿Por qué lo golpeaban? No lograba entender. No podía comprender un espectáculo así. ¡Los circos son para divertirse, no para barbaridades! Toda la novedad inicial se me escurrió como agua entre los dedos. En ese momento todo me parecía grotesco e inhumano. Todo era horrible, terrible, sacado de un pésimo guión de película de terror. En mi cuerpo no cundía más ira, mas consternación. De un salto me levanté de mi butaca y grité con todas mis fuerzas.
_ ¡Basta ya! ¿Qué se han creído tropa de salvajes? ¿Por qué castigan así a ese pobre hombre? ¿Acaso es tonto por ver la vida de una forma diferente? ¡Trío de cuadrados! Todo se paralizó. Me quedaron mirando anonadados, el público, los payasos, el animador y el resto de los artistas. Nadie me dijo una sola palabra durante un buen momento, tan sólo recibí miradas de desprecio y desconcierto. El juez, seguido de los otros payasos, el animador y el resto de los artistas se dirigieron hasta el sector de la pista en donde yo estaba.
_ ¡He aquí!_ habló irónico el juez_ ¡He aquí otro animal que no sabe seguir instrucciones! ¿Qué no te dijeron que no podías decir una sola palabra?
_ Si me dijeron. Pero no entiendo por que debo permanecer en silencio, y todos en silencio. ¡El circo es para divertirse! ¡No para llorar!
_ Pero si todos se están divirtiendo ¿No lo notas acaso?
_ Diversión... si durante toda la noche he visto solamente llantos.
_ Tu no entiendes nada. Para que sepas este es el circo ¡Esta es la realidad! Mira mis ropas gastadas, mi estómago rugir de hambre, mis deudas, los abusos que he sufrido. Esta es la única forma que tenemos de sobrevivir ante los animales como tú. Y si no puedes seguir una regla tan sencilla como esta entonces tendremos que castigarte.
_ Los denunciaré por maltrato humano y animal ¡Ya verán!
_ ¿Y crees que alguien va a apoyarte? Todos los que aquí vienen saben a lo que vienen o bien entienden todo sin dificultades, menos tú. ¡Mira a tu alrededor!
En efecto. Todos tenían la boca cerrada, pero sonreían.
_ ¿Ves? Nadie dice nada, ¡Nadie! ¡Todos callan! Nunca nadie ha hablado dentro del circo.
_ Pues demostraré que su circo es una carnicería_ y saqué mi iphone cuatro para tomar fotografías.
_ ¿Es que aún no entiendes? Nadie hablará, nadie te creerá, porque este circo es tuyo. Nosotros no creamos esto, fuiste tú. Eso último que me dijo me desconcertó, pero no pude digerirlo muy bien en ese momento pues otras voces me hablaban al mismo tiempo.
_ ¡Detenerte debes ahora! ¡O lamentarlo después lo harás!
_ No podemos consentirlo, este sujeto necesita un castigo ejemplar ahora ¡Vamos por él! Se arrojaron sobre mí todos los que estaban en ese instante sobre la pista, como leones sobre una cebra. Quise huir, pero el público mismo me detuvo, con sus bocas silentes y sonrientes mirándome fijamente con compasión. En aquellas miradas había resignación, dolor, impotencia a pesar de la sonrisa. Todos ellos estaban de acuerdo con el espectáculo, lo toleraban ¡Lo toleraban igual a pesar de los actos salvajes!, agachando sus cabezas, sonriendo y no denunciando los hechos a la justicia ¿En el fondo lo disfrutarían? ¿Sería por temor? ¿O por costumbre? No lo entendía y creo que nunca lo entenderé. Sólo comprendía que aquello no estaba bien ¡Como pudieron darle permiso de funcionamiento a una arena romana como esa! Toda mi mente daba vueltas mientras intentaba liberarme, pataleaba, repartía golpes de puño, gritaba, lloraba, pero mis vecinos del público me tenían firmemente sujetado entre los grilletes de sus brazos. Me miraban angustiados, resignados pero risueños, nunca olvidaré esas miradas. El tiempo se hacía eterno, quería despertar de ese sueño terrible y cruel, ¡Pero era la realidad! No podía hacer nada. En eso llegaron los artistas, que para mi eran monstruos en ese momento. Me tomaron entre todos y me amarraron junto al payaso de la silla. Lo miré, ¡El payaso era igual a mí! ¡Igual! Las mismas facciones, el mismo rostro, el mismo cabello, la misma ropa. De seguro el miedo me estaba jugando una mala pasada. Le hablé pero no me respondió. Cerré mis ojos, los abrí. El payaso ya no estaba, solamente yo estaba atado al soporte de la carpa, ¡ y vestido de payaso! ¡Yo ocupaba su lugar! Me miré en el espejo que habían dejado en la pista hace rato atrás el caracol y su tropa de magos falsos. ¡Yo era ese payaso! ¿Dónde estaba el anterior? No podía atinar a nada más que a lamentar mi situación, amarrado y a punto de ser azotado por haber abierto mi boca. El juez se dirigió a mi con su voz llena de condena absoluta en mi contra.
_ Sólo estamos siguiendo instrucciones, a quien habla hay que castigarlo_ Dijo alguien en mi oído en ese momento.
_ ¡Don nadie! Es condenado a la pena de ciento veinticinco azotes por haber permanecido cuarenta y ocho años ciego a la realidad, por no oír y por abrir la boca. Que esto sirva de ejemplo a todos quienes nacen ciegos, sordos y desobedientes. Comenzaron los azotes. Cada golpe laceraba mi carne como si fuera la hoja de un cuchillo. Cada latigazo hería mi cuerpo y lo más profundo de mi alma. Cada golpe me hacía entender lo abusivos que a veces podemos llegar a ser. Cada golpe vislumbraba ante el resto mi fracaso y mi debilidad. Cada latigazo dejaba una huella imborrable en mi orgullo y en mi ego. Cada golpe me enseñaba la no tolerancia que tenemos ante el que piensa diferente. Cada golpe destruía, rasgaba, machacaba cuanto yo era. Cada latigazo me debilitaba a cada momento, en todo instante. Cada golpe menguaba en mi espíritu la idea de reclamar contra ese show y hacía resignarme. Los latigazos se repetían y repetían como un huracán desencadenado para destruir lo que tuviera por delante ¡Estaba al límite de la resistencia física! Entonces me desmayé y no supe más.
Desperté. Era el amanecer de no se que día. No tenía ni mi Iphone ni mis Hush puppies; seguramente los del circo me los quitaron para borrar las fotos que tomé y los zapatos para simular un asalto. Estaba con el torso desnudo y la espalda llena de heridas debido a los azotes.
En el lugar donde había estado el circo no había más que automóviles estacionados y a lo lejos se oía el fluir del estero Marga- Marga. En forma inexplicable habían dejado todo impecable, sin rastro de su presencia. Traté de levantarme, pero las heridas hacían imposible mi incorporación. Caí desfallecido, lo intenté varias veces, pero en todas sólo conseguí desplomarme. Sentí aproximarse unas pisadas a mi lado.
_ ¿Qué hace aquí señor?_ me preguntó una voz.
Me di vuelta. Eran dos carabineros, se notaba que eran rasos eso si. Me ayudaron a levantarme.
_ ¿Estuvo bueno el carrete anoche no? ¿Estuvo en una pelea? Por poco lo matan, mire como está. Creo que debemos llevarlo al hospital Gustavo Fricke. Era mi oportunidad para contar mi historia. Me puse ansioso, no quise esperar ni un segundo más.
_ ¡Fui víctima de una tortura! En este sitio había un circo en el cual se cometían toda clase de vejámenes y crímenes, de seguro lo vieron alguna vez.
_ ¿Qué circo?_ me respondió incrédulo uno de los carabineros.
_ ¡El circo pues hombre! ¡El que estaba aquí! ¡Aquí mismo!
_ Señor, aquí no ha habido ningún circo. Hace tiempo que terminó la temporada de circos en Viña.
_ ¡Pero si estuvo aquí! ¡Aquí!_ alegaba con mis pocas fuerzas. Busqué entre el bolsillo de mi pantalón el boleto. No lo encontré.
_ Usted fue víctima de un asalto probablemente, lo llevaremos al hospital a constatar lesiones y luego para que declare exactamente todo lo que sucedió.
_ Nadie me ha asaltado ¡Nadie! Aquí fui torturado dentro de un circo de mala muerte lleno de tipos muertos de hambre.
Miré fijamente a los carabineros, sus facciones, sus detalles. Entonces una revelación gigantesca se hizo presente ante mí. ¡Esos carabineros habían estado en el circo! ¡Eran los sujetos del público que me sujetaron para que no huyera! ¡Increíble!
_ ¡Ustedes!_ vociferé enloquecido_ ustedes estaban en el circo conmigo, no lo pueden negar ¡Ustedes me sujetaron para que no huyera!
_ Señor, usted está muy mal_ me respondió riéndose_ le vuelvo a repetir, aquí no ha habido un circo desde el verano y nosotros jamás hemos asistido a uno que haya llegado a la región.
_ ¡Ustedes fueron! ¡Ustedes! Tendrán que responder por sus actos pacos de mierda ¡Haré que los echen de la institución por abuso de autoridad!
_ Es mejor que lo llevemos al hospital. Usted no está en condiciones de andar por la calle.
_ No me llevarán a ninguna parte ¿Lo oyeron?
Me arrastraron subiendo por un costado del estero hasta la furgoneta y me colocaron en la parte de atrás, aislado de ellos. Seguí gritando, pataleando, maldiciendo por todo el camino. Pero ninguno de ellos volvió a dirigirme la palabra. Y en el hospital lo mismo, reconocí a varios. Muchos de los enfermeros y enfermeras eran gente que había estado en el circo conmigo esa noche. Pero cuando los desenmascaraba todos guardaban silencio ¡otra vez se callaban! ¡Se hacían los que nada sabían! ¡Sonreían los pobretones! Lo único que deseaba era salir pronto de ese nido de ratas e irme a casa, a olvidar. ¿Para que seguir insistiendo? Nadie me creía, nadie quería creerme, o todos fingían no creerme. Todos se cubrían las espaldas entre ellos, todos eran parte de ese circo, no había una sola persona honesta en la que pudiera confiar. Nadie me tendía la mano. Volví a la carga, hice un escándalo como nunca antes en mi vida, exigí ver a mi abogado, quise fugarme, pero sólo conseguí que me sedaran por varios días. Perdí completamente la conciencia…
*****************************
Despierto. Observo ya más calmado el techo de mi habitación y la soledad inmensa en la que estoy inmerso. No tengo un solo compañero de habitación con quien hablar, me tienen aislado del mundo y de la realidad. Tampoco se pasean médicos por mi habitación ni enfermeras que me alimenten, bueno, como a través de sondas, pero nadie aparece para hacerme un chequeo o algo así. No tengo noticias de mi familia. Estoy solo, completamente solo. Miro el velador que tengo a mi lado izquierdo, está encima mi billetera y mi Iphone. Se escucha como un fantasma algo de Radiohead, la canción dice algo así como how to dessappear complety. A los pies de mi cama está mi ropa y entre la billetera el boleto del circo. ¡El boleto del circo! En la parte de atrás del boleto hay una nota que dice “tu creaste este circo y eres parte de él, nada ni nadie puede ya escapar”.Comienzo a llorar de la forma más amarga que se pueda imaginar, la más amarga. Lloro hasta que no me quedan lágrimas ¿Por qué me hacen esto? ¿Quieren volverme loco? ¿Por qué no me dicen la verdad de una buena vez? ¿Por qué todos guardan silencio?
Definitivamente... ¡Todos callan!




…Y entonces…
Y usaremos palabras sustanciosas…
Sino palabras simples
De arroyo
De raíces
Que en vez de separarnos
Nos acerquen un poco;
O mejor todavía
Guardaremos silencio
Para tomar el pulso a todo lo que existe
Y vivir el milagro de cuanto nos rodea,
Mientras alguien nos diga,
Con una voz de roble,
Lo que desde hace siglos
Esperamos en vano...

miércoles, noviembre 14, 2012

EL CIRCO DEL SILENCIO (parte tres)

pensamientos más íntimos, ¡saltaban las joyas por todos lados! Me concentré en la gama armónica de los colores, en el espectro de ondas que se dilucidaban sólo ante mí. Me olvidé de la niña, de los cuervos ¡Incluso donde estaba! La perfección de ese caleidoscópico juego, de las cabelleras multicolores, de la chispa divina de los patines de la niña me poseyó en su totalidad. Me sentí dueño y señor del espectáculo ¡Nada más me importaba!
Toda esa embriaguez mágica y multicolor duró hasta que los patines de la niña se
resquebrajaron.
La niña entonces quedó sin defensa y sin poder huir de los cuervos. Trató de correr por todos lados, se arrinconó en un extremo de la pista, se puso en el centro, no hubo caso. Al no contar con sus patines la niña fue blanco fácil para los monstruos alados. Los impactos causaban las mismas explosiones anteriores que irisaban la atmósfera con su colorido, pero ahora no conllevaban ninguna belleza, si no fealdad. Ahora las explosiones eran de color gris, un gris tenebroso y oscuro. La linda canción infantil de la niña fue cambiando, conforme a los bombazos violentos de los cuervos, a un llanto desconsolado. No obstante ¡Las rocas no herían gravemente a la niña! A cualquier otra persona de seguro le causaba la muerte recibir un golpe así. Que gran número de ilusionismo. La niña lloraba y lloraba sin recibir mayores heridas y me llené de satisfacción y de gusto. Me levanté de mi butaca dispuesto a aplaudir ante aquel acto tan creíble y genial en sus trucos. Juró que mi boca se estaba abriendo para gritar ¡Bravo! a favor de ese espectáculo único, pero el silbido de un desconocido me detuvo, al mismo momento que los cuervos se marchaban de la pista y la niña corría tras el telón. El pájaro muerto que portaba quedó allí, abandonado en el centro de la pista, iluminado por el foco reflector. El resto del público lloraba con amargura, agachaba la cabeza, guardaba silencio, para mi total asombro otra vez.
Todo se quedó en tinieblas de repente. No lograba verme ni las manos, eso sumado al silencio reinante me hizo sentir encerrado dentro de la más lóbrega de las prisiones. Me imaginé que eso debían sentir exactamente los prisioneros de las cárceles más inhumanas del mundo. La pausa prolongada ya me estaba exacerbando, si querían lograr ambiente y emoción lo estaban consiguiendo sin dudas, al menos conmigo. Un segundo silbido me sacó violentamente de mi espera y levanté los ojos a la pista, obviamente sin lograr ver nada en esa oscuridad burlesca. Entonces las luces se encendieron y la pista, las graderías, los trapecios y el circo entero quedaron a mi vista de nuevo. 
Sonó una música extraña de otra vez, no tengo idea de quien pudo componerla, lo que si sé es que tenía un efecto sedante, ya que a medida que sonaba todos entramos en un estado de somnolencia. El telón púrpura se iba abriendo de a poco, como si alguien muy lento estuviera del otro lado. Luego apareció un sujeto extrañísimo, ni en la imaginación del más creativo se hubiera concebido crear un sujeto así. Vestía de frac, el típico traje de mago, con su sombrero y todo; si hasta traía un conejo colgando de su caparazón...si ¡Tenía caparazón! Y no solo caparazón, también cuatro antenas que emergían de su frente y por entre su tupida cabellera. No tenía brazos, ni piernas, y su cuerpo era alargado. Se movía arrastrándose por el piso...era...era...¡Era un caracol gigante! Un caracol con cara de humano y que hacía gestos de humano. Era realmente desconcertante verlo arrastrarse y ver la estela plateada que dejaba tras su paso. Hubo que esperar un buen momento a que llegara hasta el centro de la pista. El animador también apareció y se puso a su lado acercándole un micrófono a la altura de la “boca” para que el caracol pudiera hablar a sus anchas ¡También hablaba el molusco maldito! El caracol miraba al público con una seguridad de hierro a través de sus cuatro ojos ubicados en la punta de sus antenas, como tratando de escudriñar en el fondo del alma de cada uno de los asistentes. Luego suspiró y comenzó a hablar.
_ Es un verdadero placer compartir esta velada de magia, acrobacias y pruebas increíbles con ustedes. Por favor, pónganse cómodos para que puedan disfrutar con sus seis sentidos el número que tengo preparado.
Era un esperpento muy formal y tenía una linda voz. Todo en el irradiaba clase, elegancia y educación; a pesar de ser un animal rastrero.
_ Por favor, pónganse cómodos_ reiteró.
El animador hizo una seña con sus manos para que quienes estuvieran de pie se sentaran. Reinaba un silencio que hacía estremecer a cualquiera.
El caracol cerró sus ojos y comenzó a meditar. De su cuerpo empezó a emanar una energía indescriptible que penetraba hasta lo más hondo la mente de todo el público. Yo mismo sentí como el caracol tenia contacto con mi espíritu y me di cuenta lo vulnerable que estaba ante su esencia omnipotente. Recorría cada uno de mis pensamientos, mis secretos, mis fortalezas, mis debilidades, mis miedos, mis alegrías, mis tristezas, mi visión ante las cosas ¡En un solo instante lo supo todo de mí! ¡Nadie en el mundo tenía poder semejante! No me cabía duda alguna. Aquel caracol debía conocer hasta los misterios más ínfimos del universo. Su alma había alcanzado la perfección absoluta. Todo en él era paz y seguridad.
Al momento que terminó de adentrarse en los recovecos más ocultos de la mente de todos los presentes el caracol abrió sus ojos, dándonos una mirada sinceramente compasiva, y en especial sentí como clavaba sus ojos en mí. Era una mirada de lástima, llena de desilusión y desazón. Luego se acercó al animador y le indicó con sus antenas hacia el telón, para que le trajera algo que estaba detrás de él. De seguro las herramientas necesarias para ejecutar su acto. El animador regresó con una jaula con cuatro personas en su interior ¡Cuatro personas encerradas como animales dentro de una jaula! Eso me desconcertó demasiado. Se les abrió la reja de la jaula y se les dejó salir. Eran cuatro personas bastante heterogéneas entre sí, una señora elegante, rubia y llena de joyas que se mostraba reticente a participar del número, pero la mirada de aprobación del público la hizo entusiasmarse con la idea y comenzó a disfrutarlo, a juzgar por su sonrisa y los gestos que hacía con sus manos. La segunda persona era un hombre gordo y de corbata que alguna vez había visto en alguna parte... ¡Era el senador Arismendi!, representante de la región Valparaíso costa. ¿Cómo lo conocía? Pues jugué alguna vez con él unos partidos de tenis. ¡Que manera de reírme!_ para mis adentros eso sí_ ante los saludos que hacía, las
reverencias, las sonrisas y cuanto recurso utilizaba para ganarse la simpatía del respetable. Si con tanto movimiento parecía un mimo, de esos que hacen show en la Plaza Victoria de Valparaíso por unas cuantas monedas. Me impresionó que todo el mundo respetaba el protocolo de silencio estricto, incluso los senadores de la república. La tercera persona era un hombre común y corriente, con pinta de militar, de buena facha, tímido, que no movió un solo músculo en el instante que el caracol lo mantuvo a su lado. El último se notaba que era un hombre de pueblo, le faltaban algunos dientes delanteros y que no paraba de sonreír a las graderías y de mirar todo con ojos de niño pasmado. El caracol se tomó su tiempo para hablar de su famoso número, que francamente ya me tenía impaciente.
_ El espectáculo que ahora verán_ decía solemne el caracol_ no lo verán en ninguna otra parte del mundo, ni en el pasado ni en el futuro. Simplemente verán lo que en toda su vida nunca podrán ver.
El caracol cerró sus ojos y conjuró un hechizo de palabras en un idioma extraño. Un conjunto de luces raras relampaguearon frenéticas sobre la pista, eran de tantos colores y tantas intensidades que es imposible describirlas. ¡El caracol volaba entre ellas! Se veía tan majestuoso, tan gallardo que no había forma de no convencerse acerca de su perfección. Las luces duraron tan sólo unos segundos, lo mismo que su vuelo. Entonces la pista quedó a la vista de nuevo para todos.
En el lugar donde se hallaban las personas ahora había cuatro perros. ¡Cuatro perros tan distintos entre ellos como lo eran las personas originales! Los pobres animales miraban al público con sorpresa, ante las miradas horrorizadas que venían desde la platea y las graderías, sin palabra alguna. Yo también estaba estupefacto, quien no, ante la envergadura de un truco así. Las personas no se habían percatado de su estado perruno, hasta que la señora elegante, que era un afgano se le ocurrió la idea de mirar al senador, que era un Chihuahua.
_ ¡Aaaaahhhh!_ gritó llena de asombro y pavor_ so...so... ¡Somos perros!
_ ¡Esto es inconcebible!_ reclamó enfurecido el senador mirando al caracol_ ¡Exijo que se me devuelva mi estado humano de inmediato!
_ Pero si siguen siendo humanos_ respondió el caracol con una serenidad que causaba espanto.
Los otros dos perros parecían ajenos a todo. El hombre de buena facha, que era un rotweiller sencillamente se sentó y se puso a hacer guardia junto al telón. El hombre de pueblo, que ahora era un quiltro juguetón, de esos tantos que se encuentran por las calles de Valparaíso y Viña del Mar corría por todos lados saludando a la gente ladrando “hola” hasta el cansancio, sin perder su ánimo alegre ni desinhibido.
Yo no cabía en sí de asombro ¡Jesucristo, si eran perros! Y no sólo eso ¡Eran perros que hablaban! Las únicas voces que se oían en todo el circo. Santa virgen ¿Habrá algo más monstruoso e irreal que eso? Aquel mago estaba jugando a ser Dios transformando criaturas a diestra y siniestra según lo que le pareciera. Yo tampoco comprendía el por que de afirmar que continuaban siendo humanos si todos veíamos sobre la pista que eran perros, ¡Perros! Por un momento pensé que estaba soñando, pero mientras más parpadeaba y afinaba mi vista vigorosamente me convencía de la veracidad de lo que estaba observando. Estaba asustado, estupefacto, y creo que toda la gente estaba igual. Mis manos temblaban levemente como hoja de otoño y mi boca se había secado. Si mas quería irme y huir despavorido más deseaba quedarme y ver lo que venía. El chihuahua continuaba “ladrándole” al caracol exigiéndole recuperar su forma humana.
_ ¡Usted no nos advirtió sobre esto señor! ¡Voy a denunciarlo a las autoridades!
_ Pero si sigue siendo humano.
_ ¡Como que humano! Si tengo patas, colas y orejas de animal.
El senador había perdido completamente el control. Su ladrido, agudo y gritón como la voz de un cantante de heavy metal, salía de su garganta con más ímpetu cada vez.
_ ¡Más vale que me devuelva mi forma humana ahora o clausuraré este circo de mala muerte!_ Rugía...




El circo del silencio (parte dos)


Patroncito_ ¿Me compra unas sopaipillitas? Están fresquitas, a cien pesitos nomás. ¡Me sorprendí al constatar que la mujer era una vendedora ambulante! Y tan bien vestida que andaba.
_ No gracias, comí hace poco_ atiné a responder volteando la vista a la pista, ignorándola. La mujer entonces bofeteó mi rostro en forma salvaje, casi arrancándome la cabeza.
_ ¿Qué no sabe que tiene que permanecer callado cabrito? Los únicos que hablamos somos los del circo, ¡Nosotros! ¿Entendió?
¡Vieja de mierda! ¿Cómo se había atrevido a golpearme? Ordinaria. Típico de la gente bruta sin educación que recurre a los golpes ante la falta de modales. No podía tolerar que una vieja cualquiera me agrediera siendo que ni mi madre lo había hecho. Quise irme inmediatamente y denunciar el hecho al dueño del circo, a las autoridades, al Papa, a la policía, al presidente, ¡A quien fuera! ¡No lo podía aguantar! Me levanté de mi butaca para marcharme, indignadísimo como nunca antes en mi vida, eso sí; exigiendo mi dinero de vuelta. ¡Mejor me lo gastaba en el casino! Sin embargo, el inicio del primer número me detuvo. La vieja ya andaba por otras filas vendiendo sus confites abyectos. Me senté un poco más calmado, dispuesto a hacer valer mi
entrada. En primer lugar, unos hombres grotescos sobre monocicletas recorrían la pista haciendo sonar fanfarrias alegres con las trompetas que portaban, otros arrojaban papeles de colores que al contacto de las luces cambiaban de color, ¡eso me gustaba! Me parecía estar viendo el cuadro “Carnaval en la playa”  deJames Ensor. Todo se veía tan alegre, tan colorido, tan mágico; era una pena que no se pudiera reír ni aplaudir. Así estuvieron los hombres extraños haciendo sonar sus instrumentos y arrojando papelitos  por unos minutos. La gente presente no mostraba atisbo alguno de sonrisa ni de placer por lo observado, al contrario, agachaban la cabeza y se sumían en una inexpresividad que para mi resultaba inexplicable, ¡inexplicable! ¿Cómo podían sufrir ante algo tan alegre? ¿Cómo? No entendía nada. Los hombres extraños, luego de tocar sus trompetas y arrojar papelitos hasta el cansancio se retiraron  para dar paso al verdadero primer número. El animador apareció en la pista por segunda vez, con su voz grave y de ultratumba.
_  ¡Con ustedes dejo al Malabarista del mundo mejor! En los continentes cinco un éxito ha sido! Su agradecimiento muestren con su llanto y silencio mejor!
¿Por qué tenía que salir en primer lugar el malabarista? Ahora sí que me iba a aburrir. No hay cosa más aburrida en el mundo que un individuo agitando en el aire un par de pelotas. Valparaíso por ejemplo tiene uno en cada esquina de sus calles y todos hacen lo mismo, mas encima  llaman  “arte”  a  eso.  “Habrá  que  soportarlo”  me  dije  de  mala  gana.   Mientras  me resignaba en mi butaca  se asomó por entre el telón púrpura una figura extrañísima, un tipo que jamás hubiera visto en otra parte. Su cabeza era cuadrada, con un par de ojos de estúpido y boca recta sobre su mentón anguloso. Llevaba un gorro de duende de color verde que dejaba asomar parte  de  su  cabello  revuelto  y  de  color  negro.  ¡Sus  piernas  estaban  fusionadas  sobre  una monocicleta! ¡Que horror! y se desplazaba hábilmente sobre ella, como si lo hubiera hecho durante toda la vida. ¿Qué clase de esperpento era ese? No se observaba bien su tronco, porque la
luz del foco reflector estaba enfocando sus piernas en ese momento, pero al llegar al centro de la pista el foco iluminó su fisonomía completa dejando ver el resto de su cuerpo... ¡Poseía cuatro brazos!  ¡Santa  madre!  ¡ese  tipo  era  un  monstruo!  Cuatro  brazos  gruesos  y  pálidos  como diamantes  portaban en cada una de sus manos malabares para sus trucos; que a la distancia no se podían distinguir bien pues eran muy pequeños. Su mirada era estúpida pero melancólica, llena de una mezcla de tristeza y resignación. Lo acompañaba una asistente todo lo contrario a él, era hermosa, vestida con ropas de tienda exclusiva, como Lineatré, y portaba una caja de color negro,de seguro con el resto de los implementos para el acto del malabarista grotesco. Estaba atónito, perplejo. ¿En que clase de espectáculo me había metido? Por Dios, ese hombre parecía sacado de una obra de ficción, un monstruo verdadero ¡Y el resto del público no se asombraba! No se impresionaba, no lucía gestos de sobresalto. ¡Para todos era algo normal! En serio comencé a asustarme, pero una especie de morbo o fetichismo me hacía no despegar mi mirada de la pista ni del horrible malabarista. Comenzó a hacer su acto. El número en verdad era salvaje. Al contacto de la luz observaba con nitidez los objetos que usaba el malabarista, que eran monedas de todos los tamaños y valores, que la asistente arrojaba sin cesar al aire mientras los brazos del malabarista rotaban a una velocidad sorprendente sin dejar caer una sola pieza ¡Ni una sola! ¡Y moviendo los brazos a miles de revoluciones por minuto! Quise buscar la explicación racional e ingenieril al asunto, y me entregué a esa tarea mientras seguía observando el virtuosismo del malabarista. Estaba claro, no era un hombre si no un robot hecho para eso. Esa idea me tranquilizó pero poco me duró, porque dichas monedas comenzaron a incendiarse por sí mismas, lo que les daba el aspecto de cientos de luciérnagas revoloteando alrededor del enigmático personaje ¡Que acto de ilusionismo más increíble!  Sí que todo estaba despejado para mí, era un malabarista y además un ilusionista ¡Claro! Todo lo que se observaba, los cuatro brazos, las monedas incandescentes, las piernas adheridas sobre la monocicleta, todo era parte de un número de ilusionismo. Pero era increíble, de verdad lo mejor que había visto en mi vida. Lo estaba pasando la raja. Ni en Europa ni en los Estados Unidos se exhibía algo así. El acto concluyó en una transformación de las monedas en moscas negras y asquerosas que se abalanzaron sobre nosotros, el público. ¡Que asco! Yo agitaba mis manos con desesperación sobre el aire tratando de alejarlas, el zumbido de tantas moscas juntas resultaba ensordecedor ¡Odiaba las moscas! Estas se acercaban más y más a mí por más que intentara apartarlas. ¡Estuve a punto de vomitar! ¡Repugnante momento! Cerré mis ojos. Al abrirlos las moscas ya no estaban, tan sólo se veía al malabarista con sus brazos caídos y sus palmas extendidas vacías en medio de la pista, mirándonos con una profunda tristeza. Varia gente a mi alrededor dejó escapar un silencio sepulcral y luego un sollozo amargo y doloroso. No podía comprender ese sollozo, yo lo había pasado salvaje, increíblemente macanudo a pesar de la  asquerosidad de las  moscas. ¡Nunca había  visto un número  de ilusionismo  tan
monumental como ese! Entonces ¿Por qué debíamos llorar? ¿Por qué debíamos callar? Tuve que contenerme para no reírme y deshacerme en aplausos. En verdad el circo era distinto. Mirando con más atención la escenografía del circo después del número del malabarista todo invitaba al desahogo, a la angustia, y también al sosiego. No se oía absolutamente nada, ni un murmullo siquiera, todos permanecían inmunes ante lo fantástico del espectáculo, excepto yo. Disfrutaban llorando de la función, porque así se tenía que disfrutar de ese circo, pero comentarios, alguna risa o algún gesto de aprobación brillaban por su ausencia. Cada uno permanecía inmerso dentro de su inexplicable congoja, sin levantar la cabeza. Sin hablar. Para ese momento asomó a la pista una niña, una niña de unos refulgentes ojos azules, mejillas sonrosadas, boca recta e inexpresiva y cabello oculto bajo un paño de color blanco de bordes celestes.  Usaba un vestido vaporoso con corsé de color blanco y que tenía los mismos pliegues celestes en el escote y en los puños que el paño de su cabeza. Andaba descalza, pero impecablemente limpia y portaba entre sus manos un pájaro muerto. Su mirada era seria, inocente y teñida levemente de pena. Desde las alturas bajaron para ella unos patines refulgentes de cristal, los  que  inmediatamente  se  calzó  para  realizar  su  número  correspondiente.  Sobre  la  niña sobrevolaba una enorme sombra negra, que al pasar bajo la luz del foco reflector dejó ver la figura de un cuervo, ¡El más enorme visto por ojos humanos! Recordé un pasaje de las mil y una noches, en donde se nombraba al pájaro “Rocho” como un ave capaz de arrojar un elefante por los aires, ¡Pues ese era un Rocho! Temí que se lanzara en picada sobre el público con intención
 de devorar a alguien, y más que de la niña estaba pendiente del cuervo, sumido en un temor paralizante. El cuervo por su parte sólo se limitaba a volar en círculos sobre la niña, que tarareaba alegremente una canción infantil mientras patinaba por la pista, realizando las más graciosas e inocentes coreografías. Aquellos patines eran espléndidos, dejaban una estela cósmica tras los movimientos de la niña, como la cabellera de un cometa. El cuervo desapareció unos instantes de la pista, lo que aprovechó la niña para danzar y juguetear vaporosamente con sus patines; saltaba y taconeaba los patines en el aire que sonaban como agua de vertiente cordillerana. Las manos siempre estaban sobre su pecho, y debajo de ellas estaba el pájaro muerto. me encantaba su forma de patinar, como si los patines fueran parte de su cuerpo gracioso. El cuervo regresó pasados unos  minutos,  pero  portando  inmensas  rocas  entre  sus  garras,  me  imaginé  enseguida  sus intenciones. Sentí miedo por la niña y sobretodo miedo por mí. No quería que una de esas rocas
me impactara de lleno. ¿Qué tal si algo salía mal durante el show? ¿Qué tal si la roca caía sobre mí? ¡No podía exponerse a gente decente como yo a semejantes peligros!   En una primera andada el cuervo arrojó su cargamento sin dar en el blanco, para mi sorpresa la gigantesca roca reventó en la pista en forma de pepitas de oro, plata y joyas preciosas, las que eran tratadas de agarrar por unos ratones vestidos con ternos adiestrados para ello, pero nunca alcanzaban a capturar algo porque las joyas se desvanecían pasados unos segundos. Lo de los ratones me tenía a punto de vomitar carcajadas, ¡se veían muy ridículos saltando y chillando tratando de agarrar algo! Iban y volvían ante cada impacto, pero siempre terminaban con las manos vacías. Era como ver el mito de Sísifo, pero en versión de ratones, lo seguían intentando a
pesar de que la roca siempre volvía a caer. ¡Que risa!  Pasado un rato comencé a aburrirme, no lograba entender el sentido de ese número. El cuervo trató una y otra vez, pero la niña ni sudaba para esquivar los proyectiles malintencionados y los ratones no agarraban una pepita dorada siquiera. El número se estaba volviendo monótono y comencé a bostezar al ver que nada sucedía, la niña parecía tener todo bajo control. Era obvio; siendo artista desde pequeña tenía la habilidad como para ejecutar su número sin peligro alguno
para ella, no tenía de que preocuparme. Fue entonces cuando la iluminación del circo se vio oscurecida con la llegada de otros cuervos, portando rocas entre sus garras. La cantidad de proyectiles que debía esquivar la niña era mayor. Volví a temer por ella ¡La niña evitaba cada impacto con una precisión envidiable! Al haber menos luz y más rocas que explotaban en forma de oro, plata, dinero, joyas preciosas y diamantes contra la pista, se observaba un efecto óptico hermosísimo. Daba la impresión de ser millares de cúmulos lejanos formando nuevas estrellas en el universo o bien supernovas poderosas explotando en los confines del cosmos, para el deleite y placer de los seres humanos. Me emocioné ante la belleza de los impactos, me adentré en mis...

martes, noviembre 13, 2012

EL CIRCO DEL SILENCIO (parte 1)

Ya sé que todavía pasarán muchos años
para que estos crustáceos
del asfalto 
y la mugre
se limpien la cabeza
se alejen de la envidia
no idolatren la saña
no adoren la impostura
y abandonen su costra
de opresión
de ceguera
de mezquindad
de bosta…
                                                 Oliverio Girondo


Entre los comentarios que suele hacer la gente común escuché buenas referencias acerca de un nuevo circo que se había instalado en el lecho seco del estero Marga-Marga, entre los puentes Libertad y Quillota, en la ciudad de Viña del Mar. Como en todos los veranos, la ciudad rebosaba de espectáculos  para  todos  los  gustos:  sol,  playas, mujeres  hermosas, hombres  musculosos, cuerpos bronceados, agitada vida nocturna, montajes teatrales, conciertos de música clásica, el festival de la canción, entre tantas otras cosas que se organizaban para entretener a los turistas que llegaban de todas partes, tanto nacionales como extranjeros. Había escuchado que dentro de ese circo se realizaban espectáculos de primer nivel internacional, con artistas reclutados en muchas partes del mundo, lo que garantizaba la variedad del show. Lo más salvaje de todo era que la entrada estaba al alcance de cualquier bolsillo, otra buena razón para asistir. Y vaya que
hacían falta espectáculos de calidad a precios razonables, dentro de lo mediocre que solían ser en su mayoría; sobre todo los circos.

Siempre he dicho que los espectáculos circenses son para el gozo de la gente del pueblo, de la dueña de casa; del obrero trabajador, de los niños. Son ellos los que siempre disfrutan con más ganas los números, los animadores azuzan al público de las graderías a aplaudir, los domadores asombran  con  más  facilidad  a  las  abuelitas  y  a  las  mujeres,  los  magos  son  idolatrados principalmente por los niños. Jamás un humorista o un payaso se atreverían a hacerle alguna broma a alguien que se encuentra en una platea o en un palco. Todo el mundo sabe que en un circo el popular goza y el acomodado se aburre. Afortunadamente este no era el caso; eran tantos los buenos comentarios oídos, tantas la referencias que decidí ir; en realidad no tenía ningún otro panorama mejor. Mi mujer andaba en el sur con nuestros dos hijos de vacaciones y yo por razones de trabajo debí quedarme en la región, así que a la hora de almuerzo envié a mi secretaria
a comprarme un boleto para la función de esa noche. Según ella, estaba repleto de gente que quería adquirir una entrada, tal como yo suponía, y por poco no regresa puntual a su puesto entre los papeles y balances de la gerencia. El día transcurrió rápido como automóvil de lujo en una carrera, por lo que ni cuenta me di cuando, a eso de las diez de la noche, estaba haciendo la fila junto a otros hombres, mujeres y niños ávidos de disfrutar del espectáculo. El tamaño de la fila me hacía suponer la calidad de la función “maravillosa” que estaba a punto de presenciar. Al observar más de cerca, mientras la fila se acortaba, me percaté que la apariencia de ese circo  no  estaba  a  la  altura  de  su  supuesto  nivel  internacional.  Me  acordé  entonces  de  los comentarios  que  había  oído:  “maravilloso”,  “espectacular”,  “nunca  antes  visto”, “desconcertante”, pero nada concreto acerca de la infraestructura y los números. La carpa era del tamaño de cualquier otra, parchada en algunos sectores, gastada por los años de uso. Las casas rodantes pequeñas, con los neumáticos desinflados y no eran más de tres. Las jaulas de los animales oxidadas e inmundas, sin ningún animal a la vista, las que permanecían en la parte de atrás de la carpa. Tal como se dice en forma vulgar, todo era “rasca” y “flaite”; un circo de población cualquiera, el más feo y picante del mundo. Sinceramente me esperaba un anfiteatro monumental  y  cuadras  enteras  repletas  del  equipamiento  del  circo,  con  un  juego  de  luces impresionante que se viera a varias manzanas de distancia. También tuve que soportar la típica música de fondo de los circos modernos, que ya no son las fanfarrias alegres que recuerdan todos los niños, si no que cumbias y reggaeton, que francamente odiaba con toda mi alma. Sin embargo reinaba un ambiente de cierto orden, extraño para un espectáculo circense; “el cansancio por el
trabajo” pensé. La fila se había acortado lo suficiente como para percatarme que era mi turno de entrar. Al momento de entregar mi boleto el joven de la caja, mirándome amablemente, me hizo la misma advertencia que a todos los que entraron anteriores a mí.
_ Nuestro show es de primerísimo nivel señor, pero ante todo los números que va a ver no debe aplaudir ni reír, si no que llorar y guardar silencio.
_ No entiendo  nada  flaquito;  vengo a disfrutar de un espectáculo  ¿Y  tengo que salir llorando de él?
_ Lo que sus ojos observarán no es motivo de risas si no de llanto. Si prefiere puede guardar silencio, pero para nuestros grandes artistas es un insulto escuchar la risa del público.
_ ¡Que idiotez! Circo rasca y picante. De seguro los números son tan malos que con esa advertencia se ponen el parche antes de la herida. ¡Si la carpa se les está cayendo a pedazos de vieja!
_ El circo es de primer nivel señor.
_  Mira  flaquito,  si  el  primer  número  no  me  sorprende  vendré  para  acá  y  exigiré  la devolución de mi dinero ¿O creen porque casi están regalando la entrada tienen derecho a darle una porquería de función a la gente? ¿Estamos?   “¡Por Jesucristo; siempre queriéndose aprovechar de todo!” pensé.
El tipo no me dijo nada. Estuve a punto de solicitarle que me devolviera el dinero ahí mismo. Ya me estaba desilusionando, pero la curiosidad pudo más y empecé a verle el lado positivo a esa situación tan absurda. ¿En que otro lugar los artistas se sienten vanagloriados por el llanto del público?, en ninguno supuse. Dicen que los artistas alimentan con dinero sus barrigas y con aplausos sus espíritus, “por eso andan muertos de hambre” rumié y sonreí burlándome. Me acomodé mi camisa marca zara, me rasqué una mejilla; me puse ansioso. Quería ver desde un primer plano que clase de show sería exactamente. Por más que echaba a andar el motor de mi imaginación esta no daba con nada que me hiciera afirmar que lo que cavilaba era correcto. Sólo me quedaba esperar.
El  jolgorio  se  inició  puntualmente  a  las  diez  y  cuarto.  Todo  partió  con  una  obertura verdaderamente “maravillosa”, con las luces del arco iris jugando entre ellas, entremezclándose dando forma a figuras y objetos tridimensionales que todo el mundo conoce. Lápices, cuadernos, ropa de moda, libros ajados, pinceles, tarros de pintura, cinceles, máscaras, caretas, martillos, instrumentos  musicales,  flores,  frutas,  verduras,  animales,  radios,  televisores,  celulares, computadoras, automóviles, barcos, entre otras figuras más. Luego las luces interpretaron cielos estrellados, casas de zinc y cholguan a punto de desmoronarse, edificios erosionados por el viento y la humedad, calles atestadas de basura,  imágenes de un puerto irisado de luces que parecían ser miles  de luciérnagas,  botes  y lanchas  surcando el  mar, cesantes  buscando trabajo,  ancianos abandonados, perros vagos,  borrachos, mendigos, prostitutas,  El Turri, la iglesia La Matriz ¡Ahí me di cuenta que las imágenes correspondían a ser de Valparaíso!  Todo el conjunto de colores
iba acompañado  de una música  extrañísima,  algo así como de  Jhon Cage, tan extraña  que irradiaba  confusión,  miedo  e  irrealidad;  lo  único  que  había  llamado  mi  atención  hasta  ese momento, nada que ver con las cumbias de afuera de la carpa. Gracias a la música empecé a mirar las cosas con un poco más de seriedad. “Bueno ya” pensé resignado y me acomodé a mis anchas sobre mi butaca, esperando no desencantarme de lo que vendría. Al instante de terminar la obertura toda la luz se extinguió y sólo el foco reflector quedó iluminando el centro de la pista, en una pausa dramática patán. De entre la cortina púrpura del telón asomó el animador, que al contacto de la luz dejó ver una figura fea, cubista, que parecía sacado de un cuadro de Picasso. Era la persona más fea que había visto en mi vida. “No entiendo como Dios puede permitir que lleguen al mundo especimenes tan horribles” me dije. Fue la segunda cosa que llamó mi atención
esa noche. Se trataba de un ente delgado hasta la anorexia y medio encorvado, con unos ojos hundidos ubicados en cualquier parte de la cara rodeados de un círculo morado, la nariz afilada con forma de triángulo y la tez pálida como perla de ostra. Su cabello era largo, como de muñeca vieja y sus manos huesudas y alargadas. Vestía con un frac negro elegantísimo pero percudido que daba admiración y portaba un micrófono en su mano izquierda. Reinaba un silencio ruidoso, que en un momento me asemejó estar mas en una misa que en un circo. El individuo recitaba con una voz reverberante y grave.
_ ¡A  nuestro  maravilloso  circo  sean  bienvenidos!_  exclamó  con  carraspera_  su noche esperamos que disfruten y silencio guarden ante los maravillosos números verán que. Gratificante el llanto por ustedes derramado será para nosotros. ¡Que el espectáculo comience!
Mis expectativas se estaban cumpliendo recién en ese momento gracias a un maestro de ceremonia, tan particular y carismático a su manera a pesar de lo horrible. Me acomodé en mi butaca más a gusto que antes y esperé la partida del show observando con devoción el centro de la pista oscurecida. Por entre las filas se movía una mujer elegante e inexpresiva, como si la hubiera pintado Paul Delvaux. Parecía sacada del Santiago de principios del siglo veinte. Llegó hasta mi lado, pulcra y ordenada, llevando una canasta tapada con un paño blanco amarillento; al parecer quería sentarse junto a mí. Quise hacerme el tonto volteando la mirada hacia otro lado,pero ella ya me había visto verla....


lunes, noviembre 12, 2012

EL ESTANQUE

El estanque se hallaba ahí, casi seco
varios seres se acercaron a beber, como siempre lo habían hecho
uno cayo de bruces al contacto con el agua
otro simplemente bebió y marchó
el último bebió y se quedó contemplando
entonces un árbol se acercó hasta él
quiso saber que contemplaba tanto
el ser dijo que el estanque lo atraía rápido
lo atraía sin que pudiera hacer nada
que ni cien hombres fuertes podrían evitarlo
el árbol río sinuoso al comentario
luego dejó que el individuo siguiera pasmado observando el agua
pasaron días, noches, otros días, el seguía ahí
seguía sin vacilar
entonces decidió que era tiempo de compartir enseñanzas
decidió que era momento de caminar y seguir
pasado el envolvente amanecer y la noche taciturna
el viejo ser, pues ya era viejo sacó un viejo lienzo
pintó en un cuadro el estanque
luego escribió diversas letras sobre él
esculpió sobre el barro vírgenes viejas
y danzó sin pregonar para el viento
cuando el viento terminó de bailar con el
el ser extraño se detuvo
caminó hacia el estanque
y se sumergió bajo sus turbias aguas.

Tocando Música ,

Añoranzas

Dicen que Dios juega sodoku con el universo
yo opino que en realidad tira dados
al menos ruleta rusa
y el destino se ríe de su ineptitud
el destino esa noche jugaba al bandido
ocultándose, hurtándose entre varios
sin embargo ahí, a medias te pude hallar
¿mera casualidad?
dicen que las casualidades no existen
y a pesar de eso la casualidad ha dado un poco mas
es el único motivo por el que escribo este papel
para plasmar tu cabello de fuego
revelar tu sonrisa tímida
develar tu hermetismo
y que como un gato huyas
pero estoicamente permanezco
porque lo que hay en tu fondo me atrae
tienes la fuerza de miles de estrellas
las intensidad de muchas supernovas
amas el sol y lo que brilla
pero ni el sol ni el calor puede compararse
con esa calidez sibilina oculta en tí
con tu simpatía envuelta de indiferencia
riéndose de quien se atreve a revelarla
destruyendo montones de cánones
dispuesta a matar o morir
¿morir?
si, que más da
enterrar mis huesos en el intento
con tal de probar el dulzor esquivo de tu boca
con tal de abrazar tu cuerpo frágil y delicado
con tal de oler el aroma de tu piel de mármol
ningún sacrificio es suficiente
ni el maldito dolor
ni la indiferencia ni las respuestas indiferentes
ni la falta de ganas en las respuestas
los silencios patanes inexplicables
¿que más da?
si te deseo conmigo como las raíces desean los nutrientes de la tierra
es algo incontrolable, el mas raudo de los impulsos
no importa
mil veces no importa
que importa no tener respuestas
que importa la maldita indiferencia
si yo no espero nada de ti
lo único que sueño
que deseo
es algún murmullo
alguna visión
frenética locura alucinógena
en done pueda tenerte
envuelta en plumas en el viento
pero tan real
que sea capaz de reconocer
que es una pura añoranza que se puede cumplir.

Tocando Musica ,

Máscaras


Las máscaras vuelan gráciles por la ciudad
Son una especie de plaga apocalíptica
se tiene conciencia de ellas
la gente no les da mayor importancias
se incrustan férreas en los otros
usan garras terribles y finales
nos dejan respirar pero no sentir
desean el hedor sin vida del espíritu
las máscaras lucen altivas y bellas
las máscaras sacuden cerebros y luces
consumen la carne, se alimentan de sangre
las máscaras viven para producir
pero desdeñan el crear
les gusta ser mediocres, reír falsamente
lloran y desprecian almas verdaderas
las máscaras son apoteósicas
pero son tan miserables ante los ojos de la vida
de la vida aquella escupida como la conocemos
donde cada trozo de humanidad y virtud
son reducidas hasta las mas ínfimas pulgadas.





Todos somos actores dentro del teatro del mundo


Tocando Musica ,