miércoles, noviembre 14, 2012

EL CIRCO DEL SILENCIO (parte tres)

pensamientos más íntimos, ¡saltaban las joyas por todos lados! Me concentré en la gama armónica de los colores, en el espectro de ondas que se dilucidaban sólo ante mí. Me olvidé de la niña, de los cuervos ¡Incluso donde estaba! La perfección de ese caleidoscópico juego, de las cabelleras multicolores, de la chispa divina de los patines de la niña me poseyó en su totalidad. Me sentí dueño y señor del espectáculo ¡Nada más me importaba!
Toda esa embriaguez mágica y multicolor duró hasta que los patines de la niña se
resquebrajaron.
La niña entonces quedó sin defensa y sin poder huir de los cuervos. Trató de correr por todos lados, se arrinconó en un extremo de la pista, se puso en el centro, no hubo caso. Al no contar con sus patines la niña fue blanco fácil para los monstruos alados. Los impactos causaban las mismas explosiones anteriores que irisaban la atmósfera con su colorido, pero ahora no conllevaban ninguna belleza, si no fealdad. Ahora las explosiones eran de color gris, un gris tenebroso y oscuro. La linda canción infantil de la niña fue cambiando, conforme a los bombazos violentos de los cuervos, a un llanto desconsolado. No obstante ¡Las rocas no herían gravemente a la niña! A cualquier otra persona de seguro le causaba la muerte recibir un golpe así. Que gran número de ilusionismo. La niña lloraba y lloraba sin recibir mayores heridas y me llené de satisfacción y de gusto. Me levanté de mi butaca dispuesto a aplaudir ante aquel acto tan creíble y genial en sus trucos. Juró que mi boca se estaba abriendo para gritar ¡Bravo! a favor de ese espectáculo único, pero el silbido de un desconocido me detuvo, al mismo momento que los cuervos se marchaban de la pista y la niña corría tras el telón. El pájaro muerto que portaba quedó allí, abandonado en el centro de la pista, iluminado por el foco reflector. El resto del público lloraba con amargura, agachaba la cabeza, guardaba silencio, para mi total asombro otra vez.
Todo se quedó en tinieblas de repente. No lograba verme ni las manos, eso sumado al silencio reinante me hizo sentir encerrado dentro de la más lóbrega de las prisiones. Me imaginé que eso debían sentir exactamente los prisioneros de las cárceles más inhumanas del mundo. La pausa prolongada ya me estaba exacerbando, si querían lograr ambiente y emoción lo estaban consiguiendo sin dudas, al menos conmigo. Un segundo silbido me sacó violentamente de mi espera y levanté los ojos a la pista, obviamente sin lograr ver nada en esa oscuridad burlesca. Entonces las luces se encendieron y la pista, las graderías, los trapecios y el circo entero quedaron a mi vista de nuevo. 
Sonó una música extraña de otra vez, no tengo idea de quien pudo componerla, lo que si sé es que tenía un efecto sedante, ya que a medida que sonaba todos entramos en un estado de somnolencia. El telón púrpura se iba abriendo de a poco, como si alguien muy lento estuviera del otro lado. Luego apareció un sujeto extrañísimo, ni en la imaginación del más creativo se hubiera concebido crear un sujeto así. Vestía de frac, el típico traje de mago, con su sombrero y todo; si hasta traía un conejo colgando de su caparazón...si ¡Tenía caparazón! Y no solo caparazón, también cuatro antenas que emergían de su frente y por entre su tupida cabellera. No tenía brazos, ni piernas, y su cuerpo era alargado. Se movía arrastrándose por el piso...era...era...¡Era un caracol gigante! Un caracol con cara de humano y que hacía gestos de humano. Era realmente desconcertante verlo arrastrarse y ver la estela plateada que dejaba tras su paso. Hubo que esperar un buen momento a que llegara hasta el centro de la pista. El animador también apareció y se puso a su lado acercándole un micrófono a la altura de la “boca” para que el caracol pudiera hablar a sus anchas ¡También hablaba el molusco maldito! El caracol miraba al público con una seguridad de hierro a través de sus cuatro ojos ubicados en la punta de sus antenas, como tratando de escudriñar en el fondo del alma de cada uno de los asistentes. Luego suspiró y comenzó a hablar.
_ Es un verdadero placer compartir esta velada de magia, acrobacias y pruebas increíbles con ustedes. Por favor, pónganse cómodos para que puedan disfrutar con sus seis sentidos el número que tengo preparado.
Era un esperpento muy formal y tenía una linda voz. Todo en el irradiaba clase, elegancia y educación; a pesar de ser un animal rastrero.
_ Por favor, pónganse cómodos_ reiteró.
El animador hizo una seña con sus manos para que quienes estuvieran de pie se sentaran. Reinaba un silencio que hacía estremecer a cualquiera.
El caracol cerró sus ojos y comenzó a meditar. De su cuerpo empezó a emanar una energía indescriptible que penetraba hasta lo más hondo la mente de todo el público. Yo mismo sentí como el caracol tenia contacto con mi espíritu y me di cuenta lo vulnerable que estaba ante su esencia omnipotente. Recorría cada uno de mis pensamientos, mis secretos, mis fortalezas, mis debilidades, mis miedos, mis alegrías, mis tristezas, mi visión ante las cosas ¡En un solo instante lo supo todo de mí! ¡Nadie en el mundo tenía poder semejante! No me cabía duda alguna. Aquel caracol debía conocer hasta los misterios más ínfimos del universo. Su alma había alcanzado la perfección absoluta. Todo en él era paz y seguridad.
Al momento que terminó de adentrarse en los recovecos más ocultos de la mente de todos los presentes el caracol abrió sus ojos, dándonos una mirada sinceramente compasiva, y en especial sentí como clavaba sus ojos en mí. Era una mirada de lástima, llena de desilusión y desazón. Luego se acercó al animador y le indicó con sus antenas hacia el telón, para que le trajera algo que estaba detrás de él. De seguro las herramientas necesarias para ejecutar su acto. El animador regresó con una jaula con cuatro personas en su interior ¡Cuatro personas encerradas como animales dentro de una jaula! Eso me desconcertó demasiado. Se les abrió la reja de la jaula y se les dejó salir. Eran cuatro personas bastante heterogéneas entre sí, una señora elegante, rubia y llena de joyas que se mostraba reticente a participar del número, pero la mirada de aprobación del público la hizo entusiasmarse con la idea y comenzó a disfrutarlo, a juzgar por su sonrisa y los gestos que hacía con sus manos. La segunda persona era un hombre gordo y de corbata que alguna vez había visto en alguna parte... ¡Era el senador Arismendi!, representante de la región Valparaíso costa. ¿Cómo lo conocía? Pues jugué alguna vez con él unos partidos de tenis. ¡Que manera de reírme!_ para mis adentros eso sí_ ante los saludos que hacía, las
reverencias, las sonrisas y cuanto recurso utilizaba para ganarse la simpatía del respetable. Si con tanto movimiento parecía un mimo, de esos que hacen show en la Plaza Victoria de Valparaíso por unas cuantas monedas. Me impresionó que todo el mundo respetaba el protocolo de silencio estricto, incluso los senadores de la república. La tercera persona era un hombre común y corriente, con pinta de militar, de buena facha, tímido, que no movió un solo músculo en el instante que el caracol lo mantuvo a su lado. El último se notaba que era un hombre de pueblo, le faltaban algunos dientes delanteros y que no paraba de sonreír a las graderías y de mirar todo con ojos de niño pasmado. El caracol se tomó su tiempo para hablar de su famoso número, que francamente ya me tenía impaciente.
_ El espectáculo que ahora verán_ decía solemne el caracol_ no lo verán en ninguna otra parte del mundo, ni en el pasado ni en el futuro. Simplemente verán lo que en toda su vida nunca podrán ver.
El caracol cerró sus ojos y conjuró un hechizo de palabras en un idioma extraño. Un conjunto de luces raras relampaguearon frenéticas sobre la pista, eran de tantos colores y tantas intensidades que es imposible describirlas. ¡El caracol volaba entre ellas! Se veía tan majestuoso, tan gallardo que no había forma de no convencerse acerca de su perfección. Las luces duraron tan sólo unos segundos, lo mismo que su vuelo. Entonces la pista quedó a la vista de nuevo para todos.
En el lugar donde se hallaban las personas ahora había cuatro perros. ¡Cuatro perros tan distintos entre ellos como lo eran las personas originales! Los pobres animales miraban al público con sorpresa, ante las miradas horrorizadas que venían desde la platea y las graderías, sin palabra alguna. Yo también estaba estupefacto, quien no, ante la envergadura de un truco así. Las personas no se habían percatado de su estado perruno, hasta que la señora elegante, que era un afgano se le ocurrió la idea de mirar al senador, que era un Chihuahua.
_ ¡Aaaaahhhh!_ gritó llena de asombro y pavor_ so...so... ¡Somos perros!
_ ¡Esto es inconcebible!_ reclamó enfurecido el senador mirando al caracol_ ¡Exijo que se me devuelva mi estado humano de inmediato!
_ Pero si siguen siendo humanos_ respondió el caracol con una serenidad que causaba espanto.
Los otros dos perros parecían ajenos a todo. El hombre de buena facha, que era un rotweiller sencillamente se sentó y se puso a hacer guardia junto al telón. El hombre de pueblo, que ahora era un quiltro juguetón, de esos tantos que se encuentran por las calles de Valparaíso y Viña del Mar corría por todos lados saludando a la gente ladrando “hola” hasta el cansancio, sin perder su ánimo alegre ni desinhibido.
Yo no cabía en sí de asombro ¡Jesucristo, si eran perros! Y no sólo eso ¡Eran perros que hablaban! Las únicas voces que se oían en todo el circo. Santa virgen ¿Habrá algo más monstruoso e irreal que eso? Aquel mago estaba jugando a ser Dios transformando criaturas a diestra y siniestra según lo que le pareciera. Yo tampoco comprendía el por que de afirmar que continuaban siendo humanos si todos veíamos sobre la pista que eran perros, ¡Perros! Por un momento pensé que estaba soñando, pero mientras más parpadeaba y afinaba mi vista vigorosamente me convencía de la veracidad de lo que estaba observando. Estaba asustado, estupefacto, y creo que toda la gente estaba igual. Mis manos temblaban levemente como hoja de otoño y mi boca se había secado. Si mas quería irme y huir despavorido más deseaba quedarme y ver lo que venía. El chihuahua continuaba “ladrándole” al caracol exigiéndole recuperar su forma humana.
_ ¡Usted no nos advirtió sobre esto señor! ¡Voy a denunciarlo a las autoridades!
_ Pero si sigue siendo humano.
_ ¡Como que humano! Si tengo patas, colas y orejas de animal.
El senador había perdido completamente el control. Su ladrido, agudo y gritón como la voz de un cantante de heavy metal, salía de su garganta con más ímpetu cada vez.
_ ¡Más vale que me devuelva mi forma humana ahora o clausuraré este circo de mala muerte!_ Rugía...




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