domingo, julio 21, 2013

LICOR ANIMAL, PARTE DOCE


Keops era un bar de Valparaíso al que hubiese ido jamás. El aroma a cerveza impregnaba el aire y pateaba la nariz de cualquiera que se asomara. Estaba pintado de un color damasco, con dibujos que parecían ser jeroglíficos y dioses egipcios en las orillas de sus paredes. El piso era de madera, deteriorado al máximo por culpa de los innumerables litros de cerveza derramados, pisadas llenas de barro y quien sabe que cosa más. Una división que corría entre dos vigas separaba al local en dos. A ambos lados de la división salían adheridas directamente de ella mesas rectangulares de color negro y frente a frente, a ambos lados de cada mesa, habían sillones de espuma negros rajados en su mayoría por el uso. En el costado derecho del local, entrando, había una especie de “sector más íntimo” donde igual habían de estas mesas y sillones. Al fondo, tierra de nadie, estaban dispuestas en forma desordenada mesas y sillas plásticas, de estas playeras. Los baños eran asquerosos, dignos de la cantina más rancia. Finalmente, la barra se ubicaba a la izquierda de la entrada y al frente de la misma una decadente maqueta de momia tamaño natural encerrada en un sarcófago de mica daba la bienvenida. Por la amplificación sonaba nada más que rock pesado.
  • En Keops solamente puedes encontrar dos cosas: cerveza y tarros- comentó Evaristo.
  • Ya me di cuenta- respondí con desagrado.
  • Si el Anemia estuviera abierto a esta hora lo hubiera llevado allá. Ahí usted se muere.
  • Menos mal.
  • Espéreme aquí.
Evaristo se dirigió a la barra. Por la pantalla gigante ubicada en la esquina izquierda de al fondo pasaban un video clip de Poisson. Algo sabía de esa música. Caminé más menos hasta la mitad y me senté en los sillones que estaban en mejor estado. Miré a mi alrededor, me sentía como un hippie trabajando en un banco, no podía describir mi sensación de mejor forma que esa. Evaristo regresó en un minuto con dos botellas de cerveza Escudo al borde del congelamiento junto a dos vasos plásticos y un cenicero. Llenó los vasos con cerveza hasta el borde e hizo un ademán de brindis que no seguí. La cerveza estaba casi desvanecida por el frío , así que la bebí sin muchas ganas. Se oían temas de Judas priest, de Iron Maiden, Black Sabbatt, Morbid Angel, y otras basuras que desconocía. Había dado dos sorbos a mi vaso de cerveza y mi acompañante ya se había terminado su vaso, no conocía a nadie que bebiera la cerveza con tal avidez. Se sirvió otro y prendió un cigarro. Comenzaba a impacientarme al no oírlo pronunciar una sola palabra. El tipo de la barra nos llevó una porción de palomitas saladas en un vaso plástico idéntico a los nuestros, una escuálida cortesía de la casa. Ví a Evaristo sacar una palomita del vaso y tomarla con la punta de los dedos de ambas manos. En esa misma postura se la llevó a la boca y empezó a darle mordidas rápidas y pequeñísimas, como si fuera una ardilla, hasta que se la terminó. Me quedé estupefacto, definitivamente era el tipo más extraño que había conocido en mi vida. Decidí no darle mayor importancia a su forma de comer.
  • ¿Y? ¿Qué sabes sobre las botellas?.
  • Es una larga historia- respondió dando un sorbo largo a su vaso.
  • ¿Para eso me trajiste, no? Para contármela.
  • ¿Es buen bajista Steve Harris verdad, Jerónimo? El compone casi todo lo de Iron Maiden.
  • Ni idea.
  • ¿Sabias que Rob Halford de Judas Priest es gay?
  • Me imagino.
Los tarros sonaban y sonaban y Evaristo estaba en su salsa.
  • ¡Mira la pantalla Jerónimo! ¡Que risa! Mago de Oz. Son españoles. ¡Es metal para niños!
Miré siguiéndole el juego de mala gana. Vi unos chascones tocando en vivo con violines, flautas y un vocalista escandaloso y desafinado.
  • Musicalmente estos tipos son secos, tengo que reconocer eso. Además este grupo teloneó a...
  • ¿Quieres contarme lo que sabes? No tengo toda la tarde. Debo ir por mi mujer.
Evaristo me miró sorprendido. Luego se puso serio nuevamente y comenzó a hablar sobre lo que realmente me importaba.
  • Es realmente horrible- dijo con solemnidad- increíble.
  • ¿Que cosa es increíble?
  • Esas botellas
  • ¿Pero que tienen de increíble? O sea, más de lo que ya he visto no creo. Necesito saber más ¿De donve vienen? ¿Que hacen aquí?
  • La información está toda en la excavación.
  • ¿Tú como lo sabes?
  • Porque yo estuve ahí. Llegué hace más de un mes de casualidad. Andaba con unos amigos recorriendo el cementerio del cerro panteón una noche. Llevabamos una provisión de Vodka y jugo de naranja, la intención está clara ¿No? Deberías hacerlo, es muy pero muy divertido.
  • ¿Y que ocurrió?
Me parecía de lo peor ir a molestar a los muertos de esa forma. Como arqueólogo condenaba cualquier acto de profanación que no fuera en pos de la ciencia.
  • Bueno, el vodka se le subió a la cabeza a un amigo y se tropezó con la tapa de la cripta. Para nuestra sorpresa la lápida se quebró, y en donde debería haber habido un muerto había una entrada. Unas escaleras bajaban tragadas por la oscuridad. El alcohol nos indujo valor, usamos nuestros teléfonos celulares como linternas y descendimos. Paso mucho rato andando y andando hasta que al fin llegamos a una especie de túnel de piedra el cual recorrimos. El túnel terminaba en una puerta de madera. Nos dio miedo por un momento, pero al apoyarnos nos dimos cuenta que la puerta se movía. Empujamos y pasamos al otro lado. Ahí nos dimos cuenta que no era una puerta, si no un estante que tapaba un hueco de la pared. Era una recámara enorme llena de esqueletos de animales y con estanterías como la que tapaba el agujero por donde entramos. En los estantes habían muchas botellas, como las que tu hallaste.
La historia me parecía fabulosa. Evaristo confirmó lo que me temía: yo no era el descubridor del tesoro. Él y sus amigos habían estado desde mucho antes allí. No quise seguir pensando en eso. Ahora me importaba saber más. El era el único aliado que podía tener en aquellos momentos.
  • Hubieras visto todo como estaba, Jerónimo- continuó a medida que servía más cerveza a ambos- era una maravilla ver todo eso. Había por ejemplo...
  • Espera un poco, dijiste que eran muchas botellas. Yo hallé sólo unas cuantas...¡No me digas que...!
  • Así es. Las repartimos y las sacamos. Dejamos tan sólo uno de los instantes, el cual tu vaciaste. No quisimos sacar el resto, porque el que guarda siempre tiene.
  • ¿Y se las han bebido?
  • Si. No tengo para que describir su sabor, usted ya lo debe saber. Al principio creímos que era licor de menta, por el color verde de las botellas.
  • ¿Verde?
  • Si. verde.
Pensé en dos cosas, o bien Evaristo era daltónico o bien existía otro tipo de botellas que yo no poseía.
  • Y...¿Ocurrió algo extraño?...¿Algo que sea inexplicable?
  • No, excepto el sabor. Era extraordinario.
  • Lo mismo que en el caso de Verónica, Lucho y mío. No lograba recordar en que se había transformado. Aún era dueño del secreto. Ahora que lo veía desde ese punto, Evarito no había sido de mucha ayuda que digamos, salvo el hecho de la entrada desconocida y otro tipo de licor.
  • ¿Sabes algo más?
  • No.
  • Estaba en el mismo punto. ¿Cómo podría saber lo que realmente importaba en todo este asunto?
  • Pero podemos ir juntos al cementerio, y entrar a buscar más información.
  • Era la mejor idea que se le había ocurrido hasta ese instante.
  • ¿Le parece hoy mismo?
  • De acuerdo. ¿Donde?
  • Doce de la noche en la entrada del cementerio, cerro Panteón.
  • Hecho, pero tienes que llegar.
  • Claro.
  • Una última cosa, Evaristo.
  • Pregunte.
  • ¿Cómo me encontraste? Digo ¿Me estuviste siguiendo todo este tiempo?
  • Para nada, yo igual que usted fui hasta la biblioteca a tratar de hallar información sobre el licor. Simplemente yo estaba ahí.
  • ¡Entonces cómo supo que yo había estado allí también!
  • Es raro...pero reconocí su olor.


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