miércoles, julio 17, 2013

EL COLECCIONISTA

EL COLECCIONISTA

En los últimos lustros la cantidad de personas dedicadas a coleccionar cosas ha crecido lo mismo que las enfermedades mentales; sin poderse aún establecer la causa o circunstancia de tal comportamiento en la gente y todo ha quedado en teorías derivadas de estudios al respecto. En Valparaíso por ejemplo vivió uno de ellos, un coleccionista de tomo y lomo que desenfrenadamente acumulaba sus pertenencias en la entrada de su domicilio en calle Ramaditas. Lo de pertenencias era un mero decir, ya que el coleccionista sufría aparentemente de un mal llamado mal de Diógenes, que lo hacía amontonar; sin discriminar; una cantidad incalculable de cosas, incluso basura y desperdicios. En consecuencia el viejo se encontraba durmiendo entre montones de ropa vieja, cartones deshechos por la humedad y viejos tablones de lo que alguna vez fue una litera.
La municipalidad de Valparaíso, fundaciones de caridad, el hospital psiquiátrico, incluso la corporación para la superación de la pobreza no habían escatimado esfuerzos, todos infructuosos, de erradicarlo de allí. Se pretendía instalarlo en un hogar de ancianos, pues era un hombre de edad avanzada, o que por su propia voluntad se internara en el sanatorio para enfermos mentales. Cuando alguien se acercaba a sus dominios a tratar de convencerlo de aquello, irónicamente musitaba acerca de sus increíbles riquezas y tesoros que tenía oculto debajo de lo que trataban de hacerle creer que eran inmundicias. Solía decir con altanería que por nada del mundo se movería de allí, porque en el lugar donde se encontraba poseía todo lo que cualquier hombre en su sano juicio desearía tener.
Muchas veces la municipalidad envió camiones recolectores de basura a limpiar la calle; debido a que por aquel instante se veía tremendamente dificultoso el tráfico de vehículos y personas, por culpa de la gran cantidad de porquerías acopiadas por el hombre. En el momento que eso acontecía el particular viejo gemía, pataleaba, maldecía a todas partes por lo que él llamaba un abuso de la autoridad y a sus derechos de ciudadano. Más el municipio demoraba en retirar los escombros que el anciano en atiborrar de escombros nuevamente la avenida. En otras palabras se trataba de un problema sin solución y nada más se podía hacer, porque la vivienda del problema era precisamente de propiedad del coleccionista.
Ante tan descomunal acumulación de porquerías la prensa empezó a interesarse por su historia. Constantemente subían inescrupulosos reporteros hasta su santuario de cachivaches; primero; con el fin de hacer un reportaje sensacionalista y obtener a toda costa la exclusividad de la noticia antes que otros medios, porque el arcaico personaje en ese instante ya estaba en boca de todos. Luego, al no conseguir su objetivo, trataron de sobornarlo. Los diarios locales, la radio, incluso la televisión pretendieron ofrecerle ayuda en ropa, dinero y víveres con tal de que se dispusiera a ser atendido por gente especializada en ese tipo de afecciones y de paso ellos, hacer el artículo excepcional que tanto deseaban. Incluso la iglesia a través de sus voluntarios intentó sacarlo de allí, pero nunca se llegaba a nada. El viejo seguía enraizado en su casa y no se cansaba de repetir que no padecía ninguna clase de necesidad.
El problema sanitario que esto acarreó, debido a que los desperdicios traspasaban todo límite, se hizo de carácter prioritario para la municipalidad de la ciudad puerto y no hubo más remedio que desalojarlo por la fuerza. El despliegue operacional que se dispuso para marginar al pobre octogenario de allí no tuvo paradigma alguno en la historia de Valparaíso. Llegó la policía con sus furgonetas, los bomberos en sus carros bombas, la guardia civil, ambulancias del hospital psiquiátrico, la prensa con sus despachos móviles minuto a minuto y un montón de ciudadanos curiosos. Nadie se quería perder el desalojo del coleccionista, movidos por el natural morbo que caracteriza a los seres humanos en situaciones poco comunes. No fue cómoda la faena para los del municipio, tuvieron que abrirse paso entre el montón de escombros y buscar con ayuda de perros adiestrados para esos fines el lugar exacto donde se hallaba el veterano. Cuando fue encontrado al fin y desalojado, se le internó en el hospital psiquiátrico en contra de sus deseos. El municipio, una vez que comprobó que el coleccionista no poseía parientes vivos ni descendientes con ayuda de la policía, limitó su trabajo a limpiar completamente el lugar. Para cerciorarse de que al interior de la casa no acumulaba ninguna clase de desperdicios irrumpió dentro; encontrando una cantidad incalculable de joyas, dinero en efectivo, incluso lingotes de oro macizo. En las autoridades no cabía explicación alguna ante el hallazgo; era verdaderamente sorprendente que aquel hombre guardara una fortuna tan importante viviendo en esa paupérrima condición. La respuesta a esa interrogante vendría más tarde desde el sanatorio para enfermos mentales y fue el mismo acaudalado anciano quien la entregó al verse sin otra opción:
_”Hace muchos años salí a hacer unas compras al centro de la ciudad, compré lo que necesitaba en ese momento, no recuerdo que cosa era y al regresar a mi hogar, estando frente a la puerta, me dí cuenta que había perdido mis llaves. Como no quería arriesgarme a que alguien me robara si pedía ayuda me puse a vivir fuera de mi casa; obteniendo todo lo necesario de las calles, tal como lo hacen los perros y los vagabundos sin rumbo”.
Ante tan increíble e inesperada explicación los médicos dieron de alta inmediata al coleccionista.

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