_ ¿Y qué sabe usted lo que busco?
Tuve que sujetarme los pies para no salir de ahí. Mirando con
cuidado al individuo que tenía frente a mí. Todo en él evocaba
misterio. Sus bigotes gordos y ligeramente curvados hacia arriba, sus
anteojos redondos, el pelo largo peinado con gel hacia atrás, sus
ojos negros, su boca amplia que daba espacio a una sonrisa generosa,
su camisa negra, sus pantalones del mismo color, y una chaqueta negra
de cotelé gastadísima encima de la camisa. Era joven; creí por un
momento que se trataba de esos chicos que se creen vampiros.
_ Lo sé. ¿Tiene miedo de decírmelo, Jerónimo?
Me reí para mis adentros. La típica técnica: tratando de sacar
mentiras por verdades.
_ No te diré una sola palabra, creo que solo andas...
_ Busca el origen de unas botellas mágicas ¿No?_ me interrumpió.
Con eso me aturdió. Ya empezaba a perderle el respeto, pero con esa
afirmación me descolocó completamente. No atiné
a responder.
_ Unas botellas que contienen un licor que hace que la gente se
transforme en animales, ¿O me equivoco?
La situación era absurda, ¡Absurda! No podía estar pasando
realmente. Pero por otra parte el tipo aquel estaba muy informado,
demasiado para mi gusto. Y viéndolo de ese modo el era mi única
oportunidad de averiguar algo más sobre las botellas, si es que
sabía algo más.
_ ¿Cómo te llamas?_ le pregunté.
_ Ernesto, para servirle.
_ Dime, Ernesto. ¿Cómo sabes lo de las botellas?
El hombre se metió las manos en los bolsillos de su chaqueta y bajó
la vista.
_ ¿Se acuerda que en el día de ayer quedó al descubierto un robo
frustrado en la excavación de enfrente de la biblioteca?
_ Si_ respondí. Intuía a lo que iba a llegar.
_ Ese día en la madrugada los ladrones dejaron parte del botín
abandonado en la acera. Parece que tenían mucha prisa.
_ Si, eso mismo vi en la televisión, justo venía una patrulla de
carabineros. Ese fue el motivo por el cual dejaron el tesoro tirado.
_ Estaba muy oscuro abajo ¿No?
_ ¿Estás insinuando que yo soy el ladrón?
_ No, yo no estoy insinuando nada, pero no entiendo el afán suyo por
querer ocultar que fue usted quien tomó las botellas.
_ Mira_ le hablé inclinándome hacia él_ la prensa informó que del
tesoro no faltaban piezas, se recuperó todo. El caso se cerró y
todos contentos. Ahora, ¿Hazme el favor de dejarme tranquilo? Tus
botellas no existen, ¿Entiendes? ¡No existen!
El individuo_ que casi era un muchacho_ me sonreía sin alarmarse en
lo más mínimo.
_ Relájese Jerónimo, ¿Quiere que le cuente todo lo que se sobre
las botellas?
La seguridad de ese tipo me ataba de pies y manos. Era la única
persona que poseía conocimientos acerca del poder del licor que
hallé en la excavación; aparte de mí.
_ Para empezar_ me dijo con una voz suave_ ustedes no eran los únicos
ahí dentro en el día del robo.
_ Es imposible, no había nadie, ¡Nadie! Si hasta al nochero
reducimos.
_ De verdad le digo, Jerónimo. Ustedes no eran los únicos.
El tipo me estaba impacientando con tanto enigma, de seguro era un
charlatán, alguien que buscaba obtener algún tipo de ventaja. Pero
sin embargo yo había cometido un error, sin querer admití que me
introduje en la excavación. Por culpa de eso él ya estaba
involucrado en la historia, no podía seguir negando. Solamente me
quedaba admitirlo todo, y esperar su ayuda.
_ Te digo Ernesto. No había nadie esa noche.
_ Afuera no había nadie.
_ Y adentro tampoco, estaba tan vacío como el Valle de La luna.
_ Se equivoca.
El tipo me miró de una forma tan penetrante que un leve escalofrío
me recorrió la espalda.
_ Se equivoca_ continuó hablando_ cuando ustedes bajaron yo ya
llevaba varios días allí.
_ ¿Qué estas diciendo? ¡Imposible! Si yo fui quien descubrió el
tesoro, yo mismo ordené despejar el trayecto hacia abajo. ¡No había
una sola entrada desde la excavación! ¡Todo estaba cubierto antes
de que yo llegara de piedras y lodo!
_ Es que esa no era la entrada, la verdadera entrada está en otra
parte.
Me quedé estupefacto. Y yo que creía que era el auténtico
descubridor de todo el patrimonio encontrado en el subsuelo porteño.
Ahora la verdad caía como una paliza encima de mí. Me sentía
ridículo, dolido; herido de muerte en mi orgullo. Existía más
gente que sabía acerca del tesoro maravilloso. Yo no era el prócer
que creía ser. ¿De que podía jactarme entonces?
Ernesto se acercó amistosamente a mí al verme decaer. Me dio unos
golpecitos sutiles en la espalda.
_ Esta conversación podemos terminarla en otra parte. ¿No
le parece?
Tocando Musica ,
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