lunes, julio 08, 2013

LICOR ANIMAL, PARTE DIEZ


 Me bajé en Pedro Montt con Las heras y atravesé al frente. No pululaba tanto público a esa hora. Me fui en seguida al sector de las cajas y busqué a Verónica. La divisé por encima del hombro de una señora gorda y desgreñada. Estaba ocupada con un pedido enorme, ya que veía la cara de angustia del chico del empaque al ver tanta mercadería para embalar. Caminé hasta la caja de Verónica y esperé a que terminara con el mandado de la señora gorda. Aproveché para comprar una coca-cola.
_ ¡Jerónimo! ¿Qué estas haciendo aquí? Ya sé...lindo!...me viniste a ver.
_ No precisamente_ respondí sonriendo.
Verónica me cobró la coca-cola y el chico del empaque la introdujo dentro de una bolsa plástica.
_ Entonces, ¿En que andas?
_ Vine a que me devolvieras la botella que sacaste.
_ ¿ Y por qué? Mish, si es un regalo pa’ la Marta.
_ Es que tu no sabes, amor. Ese licor es muy peligroso. Ni siquiera recuerdas lo que hiciste anoche y te tomaste dos copas solamente.
_ no pasa na’_ refutó lanzándome una mirada muy tierna_ si me pilló débil nomás. Además seremos muchas, una sola botella para toda la manada.
_ ¿Qué no comprendes? Es muy, pero muy peligroso. No quiero ni imaginar lo que podría ocurrir si beben de ella.
_ Un poco de dolor de cabeza al otro día nomás. ¿Qué te pasa Jerónimo?
Me quedé hecho una estatua. No sabía si decirle la verdad en ese momento o no. Estaba en su trabajo, era muy arriesgado hacerlo. Miré a mi alrededor haber si alguien estaba pendiente de nosotros. Tragué saliva, luego se lo dije. Era mi última alternativa.
_ ¡Ayer luego de beber te transformaste en una cotorra!_ le dije muy por debajo_ ¡Y volaste por toda la casa! Terminaste arriba del closet de donde te tuve que bajar y colocar en la cama. El efecto dura poco eso si, pero fuiste un pájaro por un rato.
Verónica se quedó perpleja, mirándome. El empaquetador y las cajeras copuchentas vecinas de Verónica se voltearon hacia nosotros.
Mi mujer se echó a reír con todas sus ganas.
_ ¡Se nota que es peligroso el trago ese! te hace imaginar tonteras. Ya pues Jerónimo, no vengas a molestarme al trabajo con estupideces.
_ Pero si es verdad, ¡fuiste una cotorra!
_ Jerónimo, me estoy enojando.
_ ¡Verónica créeme! Y te exijo que me devuelvas la botella. ¡Te estoy salvando la vida!
_ ¡Y yo te exijo que te largues!_ yo permanecía inclinado hacia ella con mis brazos extendidos y ella colocó su mano encima de la caja en señal de desafío_ ¡no vengas a dejarme en vergüenza aquí en mi trabajo.
_ ¡Dame la botella!_ rugí.
Vi aproximarse a los guardias de seguridad. No quería provocar un escándalo y poner en riesgo la fuente laboral de mi mujer. Ambos bajamos las revoluciones de nuestro comportamiento.
_ A la noche hablaremos, Jerónimo. Esta no voy a dejártela pasar. Ahora vete, mira la fila enorme que tienes atrás de ti.
En efecto. Me di vuelta y la fila tras de mí había crecido tan larga como una pitón. Y no me miraban con caras amistosas exactamente.
_ Por favor cuídate_ le dije. Ella me sonrió de mala gana.
Salí del supermercado. No me quedaba más alternativa que seguir a Verónica después de su turno hasta la casa de la tal Marta. Debía cerciorarme de que nada malo les ocurriese, aparte de una transformación de corta duración, y que luego el sueño pesado como un elefante hiciera el resto del trabajo. Si todas se quedaban dormidas luego de beber entonces podría estar tranquilo, antes no.
Para hacer tiempo fui hasta la biblioteca Severin en la calle Yungay, frente a la plaza Victoria. Si en algún lugar de Valparaíso existía información sobre las botellas de seguro sería allí. Mi carné de socio aún era válido, así que entré y me puse a buscar en los efemérides acerca de naufragios, accidentes y similares que ocurrieron en el puerto hace siglos. Los textos más antiguos los tuve que solicitar con el encargado. Mentí acerca de mis intenciones, dije que era para un trabajo de investigación. Mostré mi credencial de ayudante de arqueólogo, que a esas alturas ya era un verdadero free pass.
Recorrí los estantes una y otra vez, no era fácil poder dar con los libros adecuados entre tantos volúmenes. Estaba solo; excepto por un hombre alto y delgado, que leía un libro de Torcuato Luca de Tena; al menos ese nombre se leía en la portada. Me percaté que mi comportamiento despertó un interés singular en él. El hombre dejó de hojear su libro y levantó su mirada, siguiendo mis movimientos. Me estaba colocando nervioso, sin embargo, me hice el desentendido y seguí con mi búsqueda. Después de cincuenta minutos de operación rastrillo encontré tres libros que me podían servir, así que busqué una mesa para examinarlos con más atención. El tipo no me quitaba los ojos de encima.
Comencé con el hojeo de los libros, aprendí bastante sobre la vida en el puerto de hace más de ciento cincuenta años. Se hablaba de la fiebre del oro, de combates navales, hasta pillé un muy buen artículo acerca del bombardeo que sufrió Valparaíso durante la guerra con España el año mil ochocientos sesenta y seis. También encontré información sobre el naufragio de un bergantín, el que ahora de seguro estaba podrido bajo el suelo porteño, pero nada más. El tipo maldito no despegaba  su mirada de mi ¿Sería Homosexual? Seguí hojeando páginas amarillentas, pero no había nada que me diera indicios de lo que buscaba, ¡ninguna maldita pista! El tipo ya me estaba exasperando.¿Qué no tendría nada mejor que hacer? Pasaba las hojas entre mis dedos como las ardillas pasan sus dedos entre las avellanas, intranquilo. Sentía la mirada del tipo como garras en mi nunca. No lo soporté más. Cerré el libro de golpe y me levanté para marcharme.
_ Por fin lo encuentro, amigo.
Giré en ciento ochenta grados. No imaginé que el hombre se atrevería a hablarme. Me pilló volando bajo.
_ ¿Quién es usted?_ le pregunté sin mirarlo a la cara.
_ Nadie.
_ ¿Nadie? ¡Escúcheme! No tengo tiempo ni humor para oír chistes, ¿oyó?
_ No se enoje Jerónimo, yo sólo quiero ayudarlo.
Me asusté. El tipo conocía mi nombre. ¿De donde?, si yo no tenía amigos. Quizás se lo pidió al encargado de la biblioteca, o lo oyó de pasada.
_ ¿Cómo sabe mi nombre?_ lo encaré con un evidente temblor en mi mentón.
_ Eso no importa, lo que importa aquí es que tengo la respuesta a lo que busca.

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