lunes, julio 08, 2013

LICOR ANIMAL, PARTE SIETE



Sin darme tiempo a reaccionar se levantó y se sentó sobre mis piernas. Comenzó a besarme lentamente, luego un poco más rápido. Su lengua tibia y húmeda se metía como una babosa detrás del lóbulo de mis orejas, bajo mi cuello, en mi boca. Sus manos cálidas y suaves como vientre de lagarto del desierto comenzaron a recorrerme el pecho por entre mi camisa y arrastrarse como serpientes por los muros de mi espalda. Una de sus manos, con la precisión de un pez arquero, me fue desabrochando los botones de la camisa; dejando al descubierto mi pecho falto de carnes y descolorido. Verónica bajo hasta mis tetillas y liberó sobre ellas a la culebra tropical, húmeda y ardiente, que se contoneaba en su boca salvaje y cruel buscando a su presa. La oruga parsimoniosa que permanecía entre mis piernas se transformó en una anaconda constrictora, con todos sus músculos extendidos, vibrando de excitación, encendiéndose por el instinto asesino. Una tarántula de la mano de verónica caminó elegante y sutil hasta el escondite de la anaconda, para liberarla de la prisión que la tenía controlada. Sus queríceros bajaron la cremallera de mi pantalón, penetró por entre la selva tropical de mi bajo vientre y sacudió la jaula de algodón que tenía cautiva a la anaconda hasta liberarla. La anaconda salió envuelta en un halo de calor, su aliento era de fuego, su voracidad terrible; pues hace mucho tiempo que no tragaba ninguna presa. La tarántula envolvió a la serpiente terrible bajo un abrazo incandescente y la hizo vibrar, pero sin permitir que desahogara su hambre de monstruo desesperado, mientras su otra mano arañaba con uñas de gata la carne de mi espalda.
Yo no sabía como reaccionar ante lo que estaba ocurriendo, estaba tan impresionado que no atinaba a nada. El aliento a licor de Verónica me tenía realmente fascinado, ¡Y como no!, si el aroma de ese brebaje era de cuento de hadas. Verónica me besaba y me besaba, se refregaba contra mi cuerpo semidesnudo, casi me ahogaba con la serpiente furibunda de su boca. Por suerte reaccioné a tiempo y empecé a corresponderla. ¡Hace tanto que no hacíamos el amor! Agradecí con toda mi alma la llegada de ese licor a mi vida. La tocaba con desesperación, con ahínco. Mis manos se transformaron en una infinidad de tentáculos impacientes por percibir la carne tibia bajo ellos, mis ojos en dos perlas de ostra y mi lengua en la más inquieta de las anguilas. Recorría la lozanía de sus piernas, la tersidad de su espalda, la ternura de sus pechos, hinchados como dos peces globo. Cerré mis ojos para sentirla mejor. La anaconda de la amazonía de entre mis piernas estaba a punto de atacar, a punto de reventar. Estaba viviendo todas esas noches de pasión esquiva. ¡Cuantas Noches de pasión esquiva! Nunca pensé en vivir algo así, de esa intensidad, de ese instinto animal desencadenado por culpa de los agrios tiempos de sequía. Nada podía arruinar en ese momento algo tan sublime. Nada podía controlar nuestros sentimientos salvajes.
Mientras flotaba como un albatros sobre el océano, sentí que la culebra de la boca de verónica empezaba a punzarme, como si se hubiera transformado en una púa o algo así. Me fijé en la carne de su espalda, se estaba llenando de ...¿Vellosidad? No... ¡plumas! Y sentí como si su cuerpo estuviera menguando, lo cual continuaba y continuaba a cada momento. Me desconcerté y abrí mis ojos...¡El terror y la impresión que experimenté me resultan indescriptibles!
¡Verónica mi mujer se había transformado en una cotorra! Una cotorra bastante más grande que las habituales, pero cotorra al fin y al cabo. No lo podía creer, estaba completamente estupefacto. Allí estaba sobre mis muslos, afirmada de ellos con sus garras y aleteando por mi espalda y por mi entrepierna, cantando y picoteando los labios de mi boca. Estuve a punto de desmayarme, lo juro. Me gritaba con toda la fuerza de sus pulmones, casi me hacia ensordecer. A decir verdad, no había mucha diferencia entre esta Verónica y la humana, digo, por los gritos. No se por que se me cruzó eso por la mente. Traté de tomarla y acurrucarla en mis brazos, ¡esto era una verdadera tragedia! ¿Cómo recuperaría a mi mujer? No entendía ni jota de lo que había acaecido. Verónica dejó mis muslos al momento de querer tomarla y se echó a volar por toda la casa, y bueno, no me quedó más alternativa que ir tras ella y vigilar que no se arrancara por alguna ventana o se metiera a los ductos de ventilación. ¡Que parecía saltando y corriendo como los canguros tras un pajarraco que era nada mas y nada menos que mi mujer! En ese momento entendí el motivo del por qué aquellas botellas permanecían custodiadas bajo siete llaves, y también la gran cantidad de esqueletos de animales dentro del barco hallado en la excavación. Eran un peligro para la sociedad y el mundo entero.
Quise ir a buscar ayuda. El único que podría creer la historia que saldría de mis labios sería Lucho, mi vecino. El fue protagonista de todo junto con nosotros, y sabría a que atenerse. Cerré todas las puertas y ventanas para evitar que Verónica escapara y corrí hasta su casa. Estaba al lado, así que llegué en cosa de segundos. Entré, la puerta estaba abierta. Mi vecino dormía desnudo sobre la mesa del comedor de su casa, y a su lado una de las botellas fantásticas. ¡Sin duda había bebido también! Fui a despertarlo, no reaccionaba, me urgía referirle todo, que me ayudara. Fui hasta la cocina por un poco de agua y se la rocié por la cara y el cuerpo con la mayor desesperación a la que puede acceder un hombre normal. Dio una violenta sacudida y se incorporó casi de un salto.
_ Que...¿Qué pasó?...¿Compare que hace aquí?
_ Dime ¿Bebiste de las botellas que encontramos en la excavación?


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