domingo, julio 21, 2013

LICOR ANIMAL, PARTE DOCE


Keops era un bar de Valparaíso al que hubiese ido jamás. El aroma a cerveza impregnaba el aire y pateaba la nariz de cualquiera que se asomara. Estaba pintado de un color damasco, con dibujos que parecían ser jeroglíficos y dioses egipcios en las orillas de sus paredes. El piso era de madera, deteriorado al máximo por culpa de los innumerables litros de cerveza derramados, pisadas llenas de barro y quien sabe que cosa más. Una división que corría entre dos vigas separaba al local en dos. A ambos lados de la división salían adheridas directamente de ella mesas rectangulares de color negro y frente a frente, a ambos lados de cada mesa, habían sillones de espuma negros rajados en su mayoría por el uso. En el costado derecho del local, entrando, había una especie de “sector más íntimo” donde igual habían de estas mesas y sillones. Al fondo, tierra de nadie, estaban dispuestas en forma desordenada mesas y sillas plásticas, de estas playeras. Los baños eran asquerosos, dignos de la cantina más rancia. Finalmente, la barra se ubicaba a la izquierda de la entrada y al frente de la misma una decadente maqueta de momia tamaño natural encerrada en un sarcófago de mica daba la bienvenida. Por la amplificación sonaba nada más que rock pesado.
  • En Keops solamente puedes encontrar dos cosas: cerveza y tarros- comentó Evaristo.
  • Ya me di cuenta- respondí con desagrado.
  • Si el Anemia estuviera abierto a esta hora lo hubiera llevado allá. Ahí usted se muere.
  • Menos mal.
  • Espéreme aquí.
Evaristo se dirigió a la barra. Por la pantalla gigante ubicada en la esquina izquierda de al fondo pasaban un video clip de Poisson. Algo sabía de esa música. Caminé más menos hasta la mitad y me senté en los sillones que estaban en mejor estado. Miré a mi alrededor, me sentía como un hippie trabajando en un banco, no podía describir mi sensación de mejor forma que esa. Evaristo regresó en un minuto con dos botellas de cerveza Escudo al borde del congelamiento junto a dos vasos plásticos y un cenicero. Llenó los vasos con cerveza hasta el borde e hizo un ademán de brindis que no seguí. La cerveza estaba casi desvanecida por el frío , así que la bebí sin muchas ganas. Se oían temas de Judas priest, de Iron Maiden, Black Sabbatt, Morbid Angel, y otras basuras que desconocía. Había dado dos sorbos a mi vaso de cerveza y mi acompañante ya se había terminado su vaso, no conocía a nadie que bebiera la cerveza con tal avidez. Se sirvió otro y prendió un cigarro. Comenzaba a impacientarme al no oírlo pronunciar una sola palabra. El tipo de la barra nos llevó una porción de palomitas saladas en un vaso plástico idéntico a los nuestros, una escuálida cortesía de la casa. Ví a Evaristo sacar una palomita del vaso y tomarla con la punta de los dedos de ambas manos. En esa misma postura se la llevó a la boca y empezó a darle mordidas rápidas y pequeñísimas, como si fuera una ardilla, hasta que se la terminó. Me quedé estupefacto, definitivamente era el tipo más extraño que había conocido en mi vida. Decidí no darle mayor importancia a su forma de comer.
  • ¿Y? ¿Qué sabes sobre las botellas?.
  • Es una larga historia- respondió dando un sorbo largo a su vaso.
  • ¿Para eso me trajiste, no? Para contármela.
  • ¿Es buen bajista Steve Harris verdad, Jerónimo? El compone casi todo lo de Iron Maiden.
  • Ni idea.
  • ¿Sabias que Rob Halford de Judas Priest es gay?
  • Me imagino.
Los tarros sonaban y sonaban y Evaristo estaba en su salsa.
  • ¡Mira la pantalla Jerónimo! ¡Que risa! Mago de Oz. Son españoles. ¡Es metal para niños!
Miré siguiéndole el juego de mala gana. Vi unos chascones tocando en vivo con violines, flautas y un vocalista escandaloso y desafinado.
  • Musicalmente estos tipos son secos, tengo que reconocer eso. Además este grupo teloneó a...
  • ¿Quieres contarme lo que sabes? No tengo toda la tarde. Debo ir por mi mujer.
Evaristo me miró sorprendido. Luego se puso serio nuevamente y comenzó a hablar sobre lo que realmente me importaba.
  • Es realmente horrible- dijo con solemnidad- increíble.
  • ¿Que cosa es increíble?
  • Esas botellas
  • ¿Pero que tienen de increíble? O sea, más de lo que ya he visto no creo. Necesito saber más ¿De donve vienen? ¿Que hacen aquí?
  • La información está toda en la excavación.
  • ¿Tú como lo sabes?
  • Porque yo estuve ahí. Llegué hace más de un mes de casualidad. Andaba con unos amigos recorriendo el cementerio del cerro panteón una noche. Llevabamos una provisión de Vodka y jugo de naranja, la intención está clara ¿No? Deberías hacerlo, es muy pero muy divertido.
  • ¿Y que ocurrió?
Me parecía de lo peor ir a molestar a los muertos de esa forma. Como arqueólogo condenaba cualquier acto de profanación que no fuera en pos de la ciencia.
  • Bueno, el vodka se le subió a la cabeza a un amigo y se tropezó con la tapa de la cripta. Para nuestra sorpresa la lápida se quebró, y en donde debería haber habido un muerto había una entrada. Unas escaleras bajaban tragadas por la oscuridad. El alcohol nos indujo valor, usamos nuestros teléfonos celulares como linternas y descendimos. Paso mucho rato andando y andando hasta que al fin llegamos a una especie de túnel de piedra el cual recorrimos. El túnel terminaba en una puerta de madera. Nos dio miedo por un momento, pero al apoyarnos nos dimos cuenta que la puerta se movía. Empujamos y pasamos al otro lado. Ahí nos dimos cuenta que no era una puerta, si no un estante que tapaba un hueco de la pared. Era una recámara enorme llena de esqueletos de animales y con estanterías como la que tapaba el agujero por donde entramos. En los estantes habían muchas botellas, como las que tu hallaste.
La historia me parecía fabulosa. Evaristo confirmó lo que me temía: yo no era el descubridor del tesoro. Él y sus amigos habían estado desde mucho antes allí. No quise seguir pensando en eso. Ahora me importaba saber más. El era el único aliado que podía tener en aquellos momentos.
  • Hubieras visto todo como estaba, Jerónimo- continuó a medida que servía más cerveza a ambos- era una maravilla ver todo eso. Había por ejemplo...
  • Espera un poco, dijiste que eran muchas botellas. Yo hallé sólo unas cuantas...¡No me digas que...!
  • Así es. Las repartimos y las sacamos. Dejamos tan sólo uno de los instantes, el cual tu vaciaste. No quisimos sacar el resto, porque el que guarda siempre tiene.
  • ¿Y se las han bebido?
  • Si. No tengo para que describir su sabor, usted ya lo debe saber. Al principio creímos que era licor de menta, por el color verde de las botellas.
  • ¿Verde?
  • Si. verde.
Pensé en dos cosas, o bien Evaristo era daltónico o bien existía otro tipo de botellas que yo no poseía.
  • Y...¿Ocurrió algo extraño?...¿Algo que sea inexplicable?
  • No, excepto el sabor. Era extraordinario.
  • Lo mismo que en el caso de Verónica, Lucho y mío. No lograba recordar en que se había transformado. Aún era dueño del secreto. Ahora que lo veía desde ese punto, Evarito no había sido de mucha ayuda que digamos, salvo el hecho de la entrada desconocida y otro tipo de licor.
  • ¿Sabes algo más?
  • No.
  • Estaba en el mismo punto. ¿Cómo podría saber lo que realmente importaba en todo este asunto?
  • Pero podemos ir juntos al cementerio, y entrar a buscar más información.
  • Era la mejor idea que se le había ocurrido hasta ese instante.
  • ¿Le parece hoy mismo?
  • De acuerdo. ¿Donde?
  • Doce de la noche en la entrada del cementerio, cerro Panteón.
  • Hecho, pero tienes que llegar.
  • Claro.
  • Una última cosa, Evaristo.
  • Pregunte.
  • ¿Cómo me encontraste? Digo ¿Me estuviste siguiendo todo este tiempo?
  • Para nada, yo igual que usted fui hasta la biblioteca a tratar de hallar información sobre el licor. Simplemente yo estaba ahí.
  • ¡Entonces cómo supo que yo había estado allí también!
  • Es raro...pero reconocí su olor.


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miércoles, julio 17, 2013

EL COLECCIONISTA

EL COLECCIONISTA

En los últimos lustros la cantidad de personas dedicadas a coleccionar cosas ha crecido lo mismo que las enfermedades mentales; sin poderse aún establecer la causa o circunstancia de tal comportamiento en la gente y todo ha quedado en teorías derivadas de estudios al respecto. En Valparaíso por ejemplo vivió uno de ellos, un coleccionista de tomo y lomo que desenfrenadamente acumulaba sus pertenencias en la entrada de su domicilio en calle Ramaditas. Lo de pertenencias era un mero decir, ya que el coleccionista sufría aparentemente de un mal llamado mal de Diógenes, que lo hacía amontonar; sin discriminar; una cantidad incalculable de cosas, incluso basura y desperdicios. En consecuencia el viejo se encontraba durmiendo entre montones de ropa vieja, cartones deshechos por la humedad y viejos tablones de lo que alguna vez fue una litera.
La municipalidad de Valparaíso, fundaciones de caridad, el hospital psiquiátrico, incluso la corporación para la superación de la pobreza no habían escatimado esfuerzos, todos infructuosos, de erradicarlo de allí. Se pretendía instalarlo en un hogar de ancianos, pues era un hombre de edad avanzada, o que por su propia voluntad se internara en el sanatorio para enfermos mentales. Cuando alguien se acercaba a sus dominios a tratar de convencerlo de aquello, irónicamente musitaba acerca de sus increíbles riquezas y tesoros que tenía oculto debajo de lo que trataban de hacerle creer que eran inmundicias. Solía decir con altanería que por nada del mundo se movería de allí, porque en el lugar donde se encontraba poseía todo lo que cualquier hombre en su sano juicio desearía tener.
Muchas veces la municipalidad envió camiones recolectores de basura a limpiar la calle; debido a que por aquel instante se veía tremendamente dificultoso el tráfico de vehículos y personas, por culpa de la gran cantidad de porquerías acopiadas por el hombre. En el momento que eso acontecía el particular viejo gemía, pataleaba, maldecía a todas partes por lo que él llamaba un abuso de la autoridad y a sus derechos de ciudadano. Más el municipio demoraba en retirar los escombros que el anciano en atiborrar de escombros nuevamente la avenida. En otras palabras se trataba de un problema sin solución y nada más se podía hacer, porque la vivienda del problema era precisamente de propiedad del coleccionista.
Ante tan descomunal acumulación de porquerías la prensa empezó a interesarse por su historia. Constantemente subían inescrupulosos reporteros hasta su santuario de cachivaches; primero; con el fin de hacer un reportaje sensacionalista y obtener a toda costa la exclusividad de la noticia antes que otros medios, porque el arcaico personaje en ese instante ya estaba en boca de todos. Luego, al no conseguir su objetivo, trataron de sobornarlo. Los diarios locales, la radio, incluso la televisión pretendieron ofrecerle ayuda en ropa, dinero y víveres con tal de que se dispusiera a ser atendido por gente especializada en ese tipo de afecciones y de paso ellos, hacer el artículo excepcional que tanto deseaban. Incluso la iglesia a través de sus voluntarios intentó sacarlo de allí, pero nunca se llegaba a nada. El viejo seguía enraizado en su casa y no se cansaba de repetir que no padecía ninguna clase de necesidad.
El problema sanitario que esto acarreó, debido a que los desperdicios traspasaban todo límite, se hizo de carácter prioritario para la municipalidad de la ciudad puerto y no hubo más remedio que desalojarlo por la fuerza. El despliegue operacional que se dispuso para marginar al pobre octogenario de allí no tuvo paradigma alguno en la historia de Valparaíso. Llegó la policía con sus furgonetas, los bomberos en sus carros bombas, la guardia civil, ambulancias del hospital psiquiátrico, la prensa con sus despachos móviles minuto a minuto y un montón de ciudadanos curiosos. Nadie se quería perder el desalojo del coleccionista, movidos por el natural morbo que caracteriza a los seres humanos en situaciones poco comunes. No fue cómoda la faena para los del municipio, tuvieron que abrirse paso entre el montón de escombros y buscar con ayuda de perros adiestrados para esos fines el lugar exacto donde se hallaba el veterano. Cuando fue encontrado al fin y desalojado, se le internó en el hospital psiquiátrico en contra de sus deseos. El municipio, una vez que comprobó que el coleccionista no poseía parientes vivos ni descendientes con ayuda de la policía, limitó su trabajo a limpiar completamente el lugar. Para cerciorarse de que al interior de la casa no acumulaba ninguna clase de desperdicios irrumpió dentro; encontrando una cantidad incalculable de joyas, dinero en efectivo, incluso lingotes de oro macizo. En las autoridades no cabía explicación alguna ante el hallazgo; era verdaderamente sorprendente que aquel hombre guardara una fortuna tan importante viviendo en esa paupérrima condición. La respuesta a esa interrogante vendría más tarde desde el sanatorio para enfermos mentales y fue el mismo acaudalado anciano quien la entregó al verse sin otra opción:
_”Hace muchos años salí a hacer unas compras al centro de la ciudad, compré lo que necesitaba en ese momento, no recuerdo que cosa era y al regresar a mi hogar, estando frente a la puerta, me dí cuenta que había perdido mis llaves. Como no quería arriesgarme a que alguien me robara si pedía ayuda me puse a vivir fuera de mi casa; obteniendo todo lo necesario de las calles, tal como lo hacen los perros y los vagabundos sin rumbo”.
Ante tan increíble e inesperada explicación los médicos dieron de alta inmediata al coleccionista.

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jueves, julio 11, 2013

LICOR ANIMAL, PARTE ONCE


 _ ¿Y qué sabe usted lo que busco?
Tuve que sujetarme los pies para no salir de ahí. Mirando con cuidado al individuo que tenía frente a mí. Todo en él evocaba misterio. Sus bigotes gordos y ligeramente curvados hacia arriba, sus anteojos redondos, el pelo largo peinado con gel hacia atrás, sus ojos negros, su boca amplia que daba espacio a una sonrisa generosa, su camisa negra, sus pantalones del mismo color, y una chaqueta negra de cotelé gastadísima encima de la camisa. Era joven; creí por un momento que se trataba de esos chicos que se creen vampiros.
_ Lo sé. ¿Tiene miedo de decírmelo, Jerónimo?
Me reí para mis adentros. La típica técnica: tratando de sacar mentiras por verdades.
_ No te diré una sola palabra, creo que solo andas...
_ Busca el origen de unas botellas mágicas ¿No?_ me interrumpió.
Con eso me aturdió. Ya empezaba a perderle el respeto, pero con esa afirmación me descolocó completamente. No atiné a responder.
_ Unas botellas que contienen un licor que hace que la gente se transforme en animales, ¿O me equivoco?
La situación era absurda, ¡Absurda! No podía estar pasando realmente. Pero por otra parte el tipo aquel estaba muy informado, demasiado para mi gusto. Y viéndolo de ese modo el era mi única oportunidad de averiguar algo más sobre las botellas, si es que sabía algo más.
_ ¿Cómo te llamas?_ le pregunté.
_ Ernesto, para servirle.
_ Dime, Ernesto. ¿Cómo sabes lo de las botellas?
El hombre se metió las manos en los bolsillos de su chaqueta y bajó la vista.
_ ¿Se acuerda que en el día de ayer quedó al descubierto un robo frustrado en la excavación de  enfrente de la biblioteca?
_ Si_ respondí. Intuía a lo que iba a llegar.
_ Ese día en la madrugada los ladrones dejaron parte del botín abandonado en la acera. Parece que tenían mucha prisa.
_ Si, eso mismo vi en la televisión, justo venía una patrulla de carabineros. Ese fue el motivo por el cual dejaron el tesoro tirado.
_ Estaba muy oscuro abajo ¿No?
_ ¿Estás insinuando que yo soy el ladrón?
_ No, yo no estoy insinuando nada, pero no entiendo el afán suyo por querer ocultar que fue usted quien tomó las botellas.
_ Mira_ le hablé inclinándome hacia él_ la prensa informó que del tesoro no faltaban piezas, se recuperó todo. El caso se cerró y todos contentos. Ahora, ¿Hazme el favor de dejarme tranquilo? Tus botellas no existen, ¿Entiendes? ¡No existen!
El individuo_ que casi era un muchacho_ me sonreía sin alarmarse en lo más mínimo.
_ Relájese Jerónimo, ¿Quiere que le cuente todo lo que se sobre las botellas?
La seguridad de ese tipo me ataba de pies y manos. Era la única persona que poseía conocimientos acerca del poder del licor que hallé en la excavación; aparte de mí.
_ Para empezar_ me dijo con una voz suave_ ustedes no eran los únicos ahí dentro en el día del robo.
_ Es imposible, no había nadie, ¡Nadie! Si hasta al nochero reducimos.
_ De verdad le digo, Jerónimo. Ustedes no eran los únicos.
El tipo me estaba impacientando con tanto enigma, de seguro era un charlatán, alguien que buscaba obtener algún tipo de ventaja. Pero sin embargo yo había cometido un error, sin querer admití que me introduje en la excavación. Por culpa de eso él ya estaba involucrado en la historia, no podía seguir negando. Solamente me quedaba admitirlo todo, y esperar su ayuda.
_ Te digo Ernesto. No había nadie esa noche.
_ Afuera no había nadie.
_ Y adentro tampoco, estaba tan vacío como el Valle de La luna.
_ Se equivoca.
El tipo me miró de una forma tan penetrante que un leve escalofrío me recorrió la espalda.
_ Se equivoca_ continuó hablando_ cuando ustedes bajaron yo ya llevaba varios días allí.
_ ¿Qué estas diciendo? ¡Imposible! Si yo fui quien descubrió el tesoro, yo mismo ordené despejar el trayecto hacia abajo. ¡No había una sola entrada desde la excavación! ¡Todo estaba cubierto antes de que yo llegara de piedras y lodo!
_ Es que esa no era la entrada, la verdadera entrada está en otra parte.
Me quedé estupefacto. Y yo que creía que era el auténtico descubridor de todo el patrimonio encontrado en el subsuelo porteño. Ahora la verdad caía como una paliza encima de mí. Me sentía ridículo, dolido; herido de muerte en mi orgullo. Existía más gente que sabía acerca del tesoro maravilloso. Yo no era el prócer que creía ser. ¿De que podía jactarme entonces?
Ernesto se acercó amistosamente a mí al verme decaer. Me dio unos golpecitos sutiles en la espalda.
_ Esta conversación podemos terminarla en otra parte. ¿No le parece?


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lunes, julio 08, 2013

LICOR ANIMAL, PARTE DIEZ


 Me bajé en Pedro Montt con Las heras y atravesé al frente. No pululaba tanto público a esa hora. Me fui en seguida al sector de las cajas y busqué a Verónica. La divisé por encima del hombro de una señora gorda y desgreñada. Estaba ocupada con un pedido enorme, ya que veía la cara de angustia del chico del empaque al ver tanta mercadería para embalar. Caminé hasta la caja de Verónica y esperé a que terminara con el mandado de la señora gorda. Aproveché para comprar una coca-cola.
_ ¡Jerónimo! ¿Qué estas haciendo aquí? Ya sé...lindo!...me viniste a ver.
_ No precisamente_ respondí sonriendo.
Verónica me cobró la coca-cola y el chico del empaque la introdujo dentro de una bolsa plástica.
_ Entonces, ¿En que andas?
_ Vine a que me devolvieras la botella que sacaste.
_ ¿ Y por qué? Mish, si es un regalo pa’ la Marta.
_ Es que tu no sabes, amor. Ese licor es muy peligroso. Ni siquiera recuerdas lo que hiciste anoche y te tomaste dos copas solamente.
_ no pasa na’_ refutó lanzándome una mirada muy tierna_ si me pilló débil nomás. Además seremos muchas, una sola botella para toda la manada.
_ ¿Qué no comprendes? Es muy, pero muy peligroso. No quiero ni imaginar lo que podría ocurrir si beben de ella.
_ Un poco de dolor de cabeza al otro día nomás. ¿Qué te pasa Jerónimo?
Me quedé hecho una estatua. No sabía si decirle la verdad en ese momento o no. Estaba en su trabajo, era muy arriesgado hacerlo. Miré a mi alrededor haber si alguien estaba pendiente de nosotros. Tragué saliva, luego se lo dije. Era mi última alternativa.
_ ¡Ayer luego de beber te transformaste en una cotorra!_ le dije muy por debajo_ ¡Y volaste por toda la casa! Terminaste arriba del closet de donde te tuve que bajar y colocar en la cama. El efecto dura poco eso si, pero fuiste un pájaro por un rato.
Verónica se quedó perpleja, mirándome. El empaquetador y las cajeras copuchentas vecinas de Verónica se voltearon hacia nosotros.
Mi mujer se echó a reír con todas sus ganas.
_ ¡Se nota que es peligroso el trago ese! te hace imaginar tonteras. Ya pues Jerónimo, no vengas a molestarme al trabajo con estupideces.
_ Pero si es verdad, ¡fuiste una cotorra!
_ Jerónimo, me estoy enojando.
_ ¡Verónica créeme! Y te exijo que me devuelvas la botella. ¡Te estoy salvando la vida!
_ ¡Y yo te exijo que te largues!_ yo permanecía inclinado hacia ella con mis brazos extendidos y ella colocó su mano encima de la caja en señal de desafío_ ¡no vengas a dejarme en vergüenza aquí en mi trabajo.
_ ¡Dame la botella!_ rugí.
Vi aproximarse a los guardias de seguridad. No quería provocar un escándalo y poner en riesgo la fuente laboral de mi mujer. Ambos bajamos las revoluciones de nuestro comportamiento.
_ A la noche hablaremos, Jerónimo. Esta no voy a dejártela pasar. Ahora vete, mira la fila enorme que tienes atrás de ti.
En efecto. Me di vuelta y la fila tras de mí había crecido tan larga como una pitón. Y no me miraban con caras amistosas exactamente.
_ Por favor cuídate_ le dije. Ella me sonrió de mala gana.
Salí del supermercado. No me quedaba más alternativa que seguir a Verónica después de su turno hasta la casa de la tal Marta. Debía cerciorarme de que nada malo les ocurriese, aparte de una transformación de corta duración, y que luego el sueño pesado como un elefante hiciera el resto del trabajo. Si todas se quedaban dormidas luego de beber entonces podría estar tranquilo, antes no.
Para hacer tiempo fui hasta la biblioteca Severin en la calle Yungay, frente a la plaza Victoria. Si en algún lugar de Valparaíso existía información sobre las botellas de seguro sería allí. Mi carné de socio aún era válido, así que entré y me puse a buscar en los efemérides acerca de naufragios, accidentes y similares que ocurrieron en el puerto hace siglos. Los textos más antiguos los tuve que solicitar con el encargado. Mentí acerca de mis intenciones, dije que era para un trabajo de investigación. Mostré mi credencial de ayudante de arqueólogo, que a esas alturas ya era un verdadero free pass.
Recorrí los estantes una y otra vez, no era fácil poder dar con los libros adecuados entre tantos volúmenes. Estaba solo; excepto por un hombre alto y delgado, que leía un libro de Torcuato Luca de Tena; al menos ese nombre se leía en la portada. Me percaté que mi comportamiento despertó un interés singular en él. El hombre dejó de hojear su libro y levantó su mirada, siguiendo mis movimientos. Me estaba colocando nervioso, sin embargo, me hice el desentendido y seguí con mi búsqueda. Después de cincuenta minutos de operación rastrillo encontré tres libros que me podían servir, así que busqué una mesa para examinarlos con más atención. El tipo no me quitaba los ojos de encima.
Comencé con el hojeo de los libros, aprendí bastante sobre la vida en el puerto de hace más de ciento cincuenta años. Se hablaba de la fiebre del oro, de combates navales, hasta pillé un muy buen artículo acerca del bombardeo que sufrió Valparaíso durante la guerra con España el año mil ochocientos sesenta y seis. También encontré información sobre el naufragio de un bergantín, el que ahora de seguro estaba podrido bajo el suelo porteño, pero nada más. El tipo maldito no despegaba  su mirada de mi ¿Sería Homosexual? Seguí hojeando páginas amarillentas, pero no había nada que me diera indicios de lo que buscaba, ¡ninguna maldita pista! El tipo ya me estaba exasperando.¿Qué no tendría nada mejor que hacer? Pasaba las hojas entre mis dedos como las ardillas pasan sus dedos entre las avellanas, intranquilo. Sentía la mirada del tipo como garras en mi nunca. No lo soporté más. Cerré el libro de golpe y me levanté para marcharme.
_ Por fin lo encuentro, amigo.
Giré en ciento ochenta grados. No imaginé que el hombre se atrevería a hablarme. Me pilló volando bajo.
_ ¿Quién es usted?_ le pregunté sin mirarlo a la cara.
_ Nadie.
_ ¿Nadie? ¡Escúcheme! No tengo tiempo ni humor para oír chistes, ¿oyó?
_ No se enoje Jerónimo, yo sólo quiero ayudarlo.
Me asusté. El tipo conocía mi nombre. ¿De donde?, si yo no tenía amigos. Quizás se lo pidió al encargado de la biblioteca, o lo oyó de pasada.
_ ¿Cómo sabe mi nombre?_ lo encaré con un evidente temblor en mi mentón.
_ Eso no importa, lo que importa aquí es que tengo la respuesta a lo que busca.

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LICOR ANIMAL, PARTE NUEVE

El sol entraba radiante por la ventana. Miré el reloj de la pared, marcaba las diez y media de la mañana. Me sentía pésimo, no por producto del licor, si no debido a las emociones vividas el día anterior. En un solo día había conocido el cielo y el infierno, la luz y la oscuridad. Había conocido el ying y el yang de ese licor bestial que reposaba cándido en unas botellas comunes y corrientes. Ya conocía el placer que provocaba, pero también su monstruoso efecto secundario. Me levanté tambaleante, como si estuviera ebrio, y me dirigí a la cocina a servirme desayuno. La imagen de Verónica durmiendo borracha sobre el ropero picoteó mi mente como un pájaro carpintero. Mierda...¡Verónica! me había olvidado completamente de ella. ¿Cómo habría amanecido? ¿Estaría bien? No la había escuchado levantarse ni irse, después de que la había bajado del closet y acostado en la cama. Me devolví volando como un águila hasta la pieza. No se encontraban sus cosas: su cartera, sus documentos y su uniforme de trabajo. Di un suspiro aliviado y me tranquilicé. Todo había regresado a la normalidad, al menos en lo que incumbía a ella. 
Me dirigí de nuevo a la cocina, tomé el tarro Nescafé y mi tazón amarillo regalo de mi antiguo trabajo, lo abrí, eché una cucharada llena de café dentro del tazón, puse el hervidor eléctrico, con agua suficiente para una taza y encendí el fuego de la cocina. Quería tostar pan encima del tostador. Me encantaba el olor a pan tostado, me recordaba mi infancia. Creo que nada se podía comparar a la margarina derretida sobre el pan ennegrecido por el fuego acompañado de una tibia taza de Milo con leche mirando el festival de los robots del Pipiripao. El trino del hervidor me sacó de mis remembranzas anunciando que el agua ya estaba hervida. Preparé mi café con tres de azúcar y fui hasta el refrigerador a sacar la margarina y la mermelada de damasco. En la puerta del refrigerador, sujeto con un imán, había un papel con una nota de verónica. Tenía pésima letra, así que tuve que ir por mis lentes para leerla.

Jerónimo

Muchas gracias por haberme bajado del closet, aunque no me acuerdo de cómo pasó ¿cómo fui a dar ahí? Mas tarde hablaremos de eso. Lamento haber quedado tan ebria, es que el trago ese estaba la raja, no puedo usar otra palabra. No importa, hoy me levanté feliz gracias a el buen momento que me causo beberlo, lo malo es que no recuerdo nada de lo que ocurrió. Dejé para ti un bistec frito en el horno de la cocina y unas papas con mayo en el refrigerador. Muchas gracias por todo Jerónimo. Te quiere

Verónica.

Estaba muy feliz de tener una buena relación con mi mujer otra vez, cualquier síntoma de arrepentimiento por haber traído las botellas a la casa se esfumó en forma aparente bajo el halo de una sensación de bienestar exquisita. La nota no terminaba ahí. Seguí leyendo.

PD: saqué una de las botellas, hoy nos reuniremos después del trabajo donde Marta, a celebrar su cumpleaños. Diré que es regalo tuyo. Las chiquillas quedarán felices.

¡Cresta! Si más gente bebía del trago ese sería el fin del mundo. Me desesperé. Corrí a mirar si faltaba una botella. Tenía la esperanza quimérica de que no hubiera sacado ninguna, que en un instante infinitesimal la hubiera olvidado. Pero no. Habían solamente seis, faltaba una de las moradas. Mi corazón palpitaba como el de un colibrí, temblaba, me mordía los labios. ¿En donde viviría la tal Marta? Era mi deber evitar una catástrofe. ¡Pero claro! Lo mejor era ir al supermercado donde trabajaba Verónica y exigirle que me devolviera la botella. No perdí más tiempo elucubrando alguna otra idea. No me terminé ni mi café ni las tostadas y me propagué por el aire para vestirme y salir como caballo desbocado hacia el centro del puerto. Hice parar lo primero que pasó y me subí deseando que el autobús ojalá fuera un avión. El taco en calle Condell, en la plaza Aníbal pinto, me tenía hirviendo de ira. Gruñía como perro rabioso y zapateaba el suelo metálico como gallito de pelea. El maldito taco se extendía hasta Condell con Bellavista, ninguna novedad está demás decir, porque ahí los conductores se quedaban horas enteras esperando la mayor cantidad de pasajeros posible. Y la gente como búfalos en estampida cruzaban por las cuatro esquinas de la intersección de las calles sin mirar a nadie, sin importarles nada de nada. Luego de una eternidad el tipo se dignó a continuar con su recorrido y aceleró como leopardo por la calle Condell, a la sombra de los edificios antiguos, del museo, de las grandes tiendas, de las tiendas de los chinos, de tiendas de cachivaches, del Jota Cruz, del cine Condell. Viró bruscamente por un costado de la plaza Victoria y entró a avenida Pedro Montt, con la catedral a mi izquierda vista como se vería en un cinema antiguo. Me relajé, suspiré. Estaba a dos cuadras del supermercado donde trabajaba Verónica.

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LICOR ANIMAL, PARTE OCHO

_Si, o sea, no me acuerdo nada de lo que pasó. Lo que me acuerdo es que estaba weno. ¡Lo mejor que he tomao!
_ Si veo_ le dije_ mírate
_ ¡Chuta! ¡Estoy en pelota! Que onda po’ vecino. ¡No mire!
Se levantó tapando sus partes íntimas con el mantel de la mesa. Al instante regreso vestido con la misma ropa de la noche del robo frustrado.
_ ¿Qué pasó compare? Parece que estuve todo el día curao.
_ Algo así. Anda Lucho, acompáñame a mi casa.
_ ¿Y para qué?
_ Quiero enseñarte algo.
_ Ya compare, vamos al tiro nomás.
Fuimos rápido hasta la casa. Abrí la puerta con cuidado para que Verónica no escapara volando. Al entrar no había rastro de ella. No estaba ni en el comedor, ni en el living, ni en la habitación, ni en la cocina, ni en el baño, ¡Por ninguna parte estaba! Me aterré, temí lo peor. ¿Dónde habría escapado Verónica? Y lo aún peor. ¿Qué ocurriría cuando se le pasara el efecto? No quería ni imaginármelo. Estuve a punto de desfallecer ante la desesperación, esa angustia que te aprieta los músculos que hasta náuseas te hace dar. No quería quedarme sin mujer, y menos ahora que estaba tan de buenas conmigo. Por suerte las palabras de Lucho me devolvieron el alma al cuerpo.
_ ¿Qué hace su señora arriba del closet compare?
_ ¿Cómo?
_ ¿Esto es lo que me quería mostrar compare? ¿A su señora durmiendo arriba de su closet?
En efecto. Un brazo de Verónica colgaba desde la parte superior del closet hacia abajo, y más a la derecha se podía divisar uno de sus pies.
_ Si no era esto Lucho_ le dije tomando sus dos brazos a la altura del húmero_ ¡Mi señora se transformó en una cotorra! Por eso fui a buscarte, para que la vieras y me ayudaras a atraparla. Pero ya no es necesario, el efecto del licor ha terminado.
_ O sea compadre, esta bien que su señora hable y grite hasta por los codos, pero de ahí a transformarse en un pájaro...
_ ¡Pero entonces cómo pudo llegar hasta ahí arriba! ¡Y más encima sin ropa!
_ No sé. Si usted no sabe menos yo.
_ ¡Tú también bebiste de ese licor! Dime, ¿Qué hacías durmiendo arriba de la mesa y sin ropa?
_ Pasando la curaera
_ ¡No es por eso! Tú te transformaste en algún animal, y luego de que el efecto se te pasó te dormiste encima de tu comedor. ¡Yo también bebí del licor huevón!
_ Haber compare. ¿No me agarre pal tandeo quiere? Eso de que usted tomó del copete se lo creo, por eso anda diciendo tanta tontera junta. Pero lo otro...pff. ¡Ni cagando!
_ ¡Pero si es verdad! Si yo estaba bebiendo con Verónica cuando ella se transformó en cotorra.
_ ¿Entonces por qué usted no se transformó en ná’? admiro su resistencia al alcohol comparé, y su imaginación.
_ No es así, mira: en la mañana tipo diez ....mejor olvídalo.
Me cansé de tratar de hacer que me creyera.
_ Mejor me voy compare, estoy con la mansa caña. Si usted quería que le perdonara la deuda por unos días no tenía pa’ que armarme el medio ni show. Podría haberme dicho “estoy sin plata” y yo hubiera entendido.
_ Oiga no se vaya.
_ Igual podríamos vender unas de esas botellitas, dejar una pa’ cata de los clientes y de seguro nos las compran todas. Si está súper weno.
_ Oye Lucho, espera.
_ Otro día me paga compare, cero dramas. ¡Chao!
Se fue. Ahí me quedé, dueño único y absoluto de la verdad. Verónica seguía durmiendo como un lirón arriba del closet, de seguro si la despertaba y le contaba lo que había pasado tampoco me creería una sola palabra. Una cosa si me quedaba por resolver, yo también había bebido durante la mañana_ por lo tanto_ en algo debí haberme transformado también. ¿En que me habría transformado? ¿En que cosa se habría transformado Lucho? ¿Por qué la botella permanecía llena a pesar de haber bebido varias copas de ella? Ya no tenía la imagen divina del brebaje centenario, ahora solo veía sucios demonios en torno a él. Si no hubiera vivido esa experiencia tampoco lo hubiera creído, en parte entendía a Lucho. ¿Quién podría creer algo así? Empecé a sentir respeto al licor, y el respeto evolucionó en un miedo frío y absoluto. Se me imaginó que ese néctar alcohólico era producto de alguna hechicería de la época barroca. Se me erizaron todos los pelos de mi cuerpo, como si fuera un puerco espín, de tan sólo pensar en cosas turbias de brujos y demonios. Como hombre de ciencia me negaba ante esos fenómenos atribuyéndolos a la necesidad de la gente ignorante de explicar lo inexplicable, pero luego de lo vivido ese día de verano me abrí a esa posibilidad. ¡Que otra cosa podía hacer! Todo ante mis ojos se asomaba macabro, oscuro, turbio y sibilino. Tenía que averiguar de donde venía ese licor, era mi deber. O por lo menos dejarlo fuera del alcance de Verónica y del resto de la gente. ese licor no podía ser bebido por nadie más. Por nadie.

Tocando Musica ,

LICOR ANIMAL, PARTE SIETE



Sin darme tiempo a reaccionar se levantó y se sentó sobre mis piernas. Comenzó a besarme lentamente, luego un poco más rápido. Su lengua tibia y húmeda se metía como una babosa detrás del lóbulo de mis orejas, bajo mi cuello, en mi boca. Sus manos cálidas y suaves como vientre de lagarto del desierto comenzaron a recorrerme el pecho por entre mi camisa y arrastrarse como serpientes por los muros de mi espalda. Una de sus manos, con la precisión de un pez arquero, me fue desabrochando los botones de la camisa; dejando al descubierto mi pecho falto de carnes y descolorido. Verónica bajo hasta mis tetillas y liberó sobre ellas a la culebra tropical, húmeda y ardiente, que se contoneaba en su boca salvaje y cruel buscando a su presa. La oruga parsimoniosa que permanecía entre mis piernas se transformó en una anaconda constrictora, con todos sus músculos extendidos, vibrando de excitación, encendiéndose por el instinto asesino. Una tarántula de la mano de verónica caminó elegante y sutil hasta el escondite de la anaconda, para liberarla de la prisión que la tenía controlada. Sus queríceros bajaron la cremallera de mi pantalón, penetró por entre la selva tropical de mi bajo vientre y sacudió la jaula de algodón que tenía cautiva a la anaconda hasta liberarla. La anaconda salió envuelta en un halo de calor, su aliento era de fuego, su voracidad terrible; pues hace mucho tiempo que no tragaba ninguna presa. La tarántula envolvió a la serpiente terrible bajo un abrazo incandescente y la hizo vibrar, pero sin permitir que desahogara su hambre de monstruo desesperado, mientras su otra mano arañaba con uñas de gata la carne de mi espalda.
Yo no sabía como reaccionar ante lo que estaba ocurriendo, estaba tan impresionado que no atinaba a nada. El aliento a licor de Verónica me tenía realmente fascinado, ¡Y como no!, si el aroma de ese brebaje era de cuento de hadas. Verónica me besaba y me besaba, se refregaba contra mi cuerpo semidesnudo, casi me ahogaba con la serpiente furibunda de su boca. Por suerte reaccioné a tiempo y empecé a corresponderla. ¡Hace tanto que no hacíamos el amor! Agradecí con toda mi alma la llegada de ese licor a mi vida. La tocaba con desesperación, con ahínco. Mis manos se transformaron en una infinidad de tentáculos impacientes por percibir la carne tibia bajo ellos, mis ojos en dos perlas de ostra y mi lengua en la más inquieta de las anguilas. Recorría la lozanía de sus piernas, la tersidad de su espalda, la ternura de sus pechos, hinchados como dos peces globo. Cerré mis ojos para sentirla mejor. La anaconda de la amazonía de entre mis piernas estaba a punto de atacar, a punto de reventar. Estaba viviendo todas esas noches de pasión esquiva. ¡Cuantas Noches de pasión esquiva! Nunca pensé en vivir algo así, de esa intensidad, de ese instinto animal desencadenado por culpa de los agrios tiempos de sequía. Nada podía arruinar en ese momento algo tan sublime. Nada podía controlar nuestros sentimientos salvajes.
Mientras flotaba como un albatros sobre el océano, sentí que la culebra de la boca de verónica empezaba a punzarme, como si se hubiera transformado en una púa o algo así. Me fijé en la carne de su espalda, se estaba llenando de ...¿Vellosidad? No... ¡plumas! Y sentí como si su cuerpo estuviera menguando, lo cual continuaba y continuaba a cada momento. Me desconcerté y abrí mis ojos...¡El terror y la impresión que experimenté me resultan indescriptibles!
¡Verónica mi mujer se había transformado en una cotorra! Una cotorra bastante más grande que las habituales, pero cotorra al fin y al cabo. No lo podía creer, estaba completamente estupefacto. Allí estaba sobre mis muslos, afirmada de ellos con sus garras y aleteando por mi espalda y por mi entrepierna, cantando y picoteando los labios de mi boca. Estuve a punto de desmayarme, lo juro. Me gritaba con toda la fuerza de sus pulmones, casi me hacia ensordecer. A decir verdad, no había mucha diferencia entre esta Verónica y la humana, digo, por los gritos. No se por que se me cruzó eso por la mente. Traté de tomarla y acurrucarla en mis brazos, ¡esto era una verdadera tragedia! ¿Cómo recuperaría a mi mujer? No entendía ni jota de lo que había acaecido. Verónica dejó mis muslos al momento de querer tomarla y se echó a volar por toda la casa, y bueno, no me quedó más alternativa que ir tras ella y vigilar que no se arrancara por alguna ventana o se metiera a los ductos de ventilación. ¡Que parecía saltando y corriendo como los canguros tras un pajarraco que era nada mas y nada menos que mi mujer! En ese momento entendí el motivo del por qué aquellas botellas permanecían custodiadas bajo siete llaves, y también la gran cantidad de esqueletos de animales dentro del barco hallado en la excavación. Eran un peligro para la sociedad y el mundo entero.
Quise ir a buscar ayuda. El único que podría creer la historia que saldría de mis labios sería Lucho, mi vecino. El fue protagonista de todo junto con nosotros, y sabría a que atenerse. Cerré todas las puertas y ventanas para evitar que Verónica escapara y corrí hasta su casa. Estaba al lado, así que llegué en cosa de segundos. Entré, la puerta estaba abierta. Mi vecino dormía desnudo sobre la mesa del comedor de su casa, y a su lado una de las botellas fantásticas. ¡Sin duda había bebido también! Fui a despertarlo, no reaccionaba, me urgía referirle todo, que me ayudara. Fui hasta la cocina por un poco de agua y se la rocié por la cara y el cuerpo con la mayor desesperación a la que puede acceder un hombre normal. Dio una violenta sacudida y se incorporó casi de un salto.
_ Que...¿Qué pasó?...¿Compare que hace aquí?
_ Dime ¿Bebiste de las botellas que encontramos en la excavación?


Tocando Musica ,